Por Nicolás Morán.

La expectativa frente a una nueva entrega siempre es alta y esta vez no fue la excepción: los seguidores más acérrimos, siempre atentos a cualquier noticia, alucinaron cuando se filtró el link para escuchar el nuevo álbum de Arctic Monkeys antes del 11 de mayo, fecha en la que oficialmente vio la luz en varias plataformas, igual como ocurrió el 2011 con Suck It and See, que muchos nos dedicamos a escucharlo cerca de una semana antes de su lanzamiento, solo para dejar notar lo mucho que nos seguían gustando.

Tranquility Base Hotel & Casino no es un disco que esté exento de polémica, puesto que tiene divididos a los fans. Este último trabajo realmente puede ser complejo de escuchar si es que quedaste pegado con Favourite Worst Nightmare y Humbug, o si esperabas un disco popular como AM. De hecho, tendrás que escucharlo un par de veces porque si te quedas con el repaso por encima, no terminará de convencerte a la primera.

Los monos de Sheffield, tras cerca de 5 años de haber publicado su último trabajo que, en mi opinión, por lo completo que es se encuentra dentro de los discos mejor hechos en el nuevo milenio, regresan a seguir rompiendo las reglas. De hecho, la gracia que tiene AM, es ser un álbum que contiene éxito tras éxito transformándose en una de esas entregas redondas en las que puedes nombrar e identificar prácticamente todos los temas. Pero, a diferencia de la época más centrada en el rock and roll o el garage rock, TBH&C representa la madurez de Turner y su evolución musical. Dicho sea de paso, la primera frase del disco dice mucho sobre por qué quizás debería haberlo firmado como solista: “I just wanted to be one of The Strokes” (Solo quería ser uno de los The Strokes).

Para poder entender este cambio, debemos remontarnos al 23 de Enero de 2006, año en que se lanzaría Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not, primer disco de larga duración de la banda que revolucionaría las listas de ese año en el Reino Unido. Con canciones movidas y secuenciadas, sería el primero de varios discos que pretenden contar una historia. Al año siguiente, lanzarían Favourite Worst Nightmare, un trabajo que al igual que el anterior llegaría a estar posicionado dentro de los discos más vendidos, incluso considerando que sus canciones sufrieron un cambio no muy notorio en la época, pero realmente evidente en este segundo tiempo. Sus riffs más pesados y rápidos, con melodías que enganchan, demuestran en cada single como “Brianstorm” y “Teddy Picker” que Arctic Monkeys es una agrupación que envejece bien, además de cerrar el disco con una de esas genialidades de Turner, “505”, en la que homenajea a Ennio Morricone y samplea el órgano del OST de la película “El bueno, el malo y el feo”.

Entre la producción de sus discos FWN y Humbug, Turner, junto a Miles Kane, crearían la banda The Last Shadow Puppets, como un proyecto paralelo a Arctic Monkeys. Este trabajo alternativo, con tintes mucho más personales y apuntando al bajo perfil, terminaría repercutiendo cuando empezaron a grabar su tercera entrega. De hecho, cuando llegaron a lanzar Humbug, el disco manifestaría un sonido mucho más oscuro y melancólico. Sin embargo, esas influencias de TLSP, hilando muy fino, podríamos verlas al final del segundo disco, especialmente en “505”, puesto que Kane es quien hizo la guitarra en ese tema y además, entre los discos FWN y Humbug, sería la época en la que Josh Homme afianzaría su amistad con Alex y empezaría a influir sobre su música, cuando los invita a trabajar al “Rancho de la Luna”, en California y, aunque no todo el disco es producido por líder de QOTSA, se deja notar mucho su mano que, por suerte, se acopló bien a la de James Ford, su productor habitual.

Humbug actualmente se encuentra dentro de los favoritos de los fans, quizá porque tiene un sonido que fue tornándose mucho más complejo. Sin embargo, este amor no siempre fue tal, ya que muchos denostaron la entrega cuando recién vio la luz por no parecerse a los trabajos anteriores. Los riffs, aunque rápidos, no resultan agresivos y la lírica deja de ser un conjunto de palabras que a duras penas uno puede pronunciar. En este disco, Turner cambia su forma de cantar por algo más susurrante y pausado por momentos: se nota que empieza a dejar la adolescencia fluorescente de lado.

Para nosotros, el emblema de ese disco es “My Propeller”, que juega con la línea de guitarra de forma muy potente y que, sumada a la voz, nos deja una sensación mucho más deprimente tanto en su lírica como en su composición, que si juntamos a “Cornerstone”, nos entrega la clave de letras mucho más interpretativas e inefables. Con todo esto, otro tema que sacó partido a los otros integrantes fue “Dance Little Liar” donde Matt Helders, en batería, toca de forma hipnótica mientras que Nick O’Malley le da ese toque con el bajo que te hace escucharlo una y otra vez. De hecho, este álbum es considerado como la primera antesala de lo que terminaría siendo AM.

El 2011 y con tres discos tan exitosos bajo el brazo, llegaría Suck It and See, su cuarta entrega que deslumbraría por su simpleza, tanto en lo musical como en el arte de la portada. Ya con Josh Homme como parte de los gurús de la banda, la lentitud y la pesadez de los riffs se vuelve una tónica y las letras un poco más resbuscadas en su interpretación o, derechamente ridículas, según algunos medios, como ocurre con “Library Pictures”, pero que le dan ese aspecto al disco de despreocupación y ligereza sin dejar de ser pop/rock, algo que estaban tratando de rescatar. Los mejores temas de este disco son “Brick by Brick”, con un estilo más seco, y “Love is a Laserquest”, que mantiene ese diálogo durante los 40 minutos que dura el que debe ser el disco más relegado a la oscuridad, hasta ahora.

Un deslucido cuarto trabajo daría paso al que se ha catalogado como el álbum barroco de los monos. AM es una obra maestra, el salto a la adultez, un trabajo sexy, magnético y arrogante. Acá se da el cisma entre la fanaticada que esperaba algo más adolescente, como sus dos primeros discos o algo más en la línea de Humbug. Con una guitarra preponderante, una voz más de rompecorazones y una batería que destaca en, por lo menos tres cuartas partes del disco, sumado a esa línea de bajo imperdible que hizo que la gente enloqueciera en “Do I Wanna Know”, le dan la forma al predecesor de TBH&C. Y es que esta entrega coronó a Arctic Monkeys como una de las bandas con mejor evolución de la actualidad. Con mezclas que van desde el hard rock hasta el glam, con toques bailables o R&B, nos topamos con un disco redondo, que desde donde lo tomes te enganchará. Ya sea “Arabella”, “Knee Socks” o “Why’d You Only Call Me When You’re High?”, siempre habrá un espacio para un estribillo pegajoso o un coro alucinante. De hecho, comercialmente hablando, es el más exitoso, llegando al tope de las listas en varias partes del mundo y recogiendo seguidores que se encantaron con un grupo que probablemente no conocían. A mucha gente no le gusta, porque suena un tanto irregular, pero si hablamos de crecimiento, este disco “la rompe” en todos los sentidos, sobre todo en cuanto a las letras de Turner que juegan con las metáforas y que cierran con “I Wanna be Yours”, basado en el poema homónimo de John Cooper Clarke.

Ya de lleno en el nuevo material, encontramos una composición que exige cierta paciencia musical, puesto que el disco en sí mismo es como una canción de 40 minutos. De hecho, no posee singles que poder identificar al primer momento, a diferencia de lo ocurrido con AM, que como habíamos comentado, resulta un álbum que está lleno de hits, todos muy de muy fácil oído.

La voz de Turner es mucho más adulta y recitada, similar a la de AM, pero más gastada, acompañada de esos coros gospel que le dan un aspecto más tenebroso y deprimente. Este disco está muy estructurado por el piano y el sintetizador que junto al bajo, que tiene una línea melódica que destaca, son los tres instrumentos que más te llamarán la atención y te harán pensar que, musicalmente, muchas cosas están pasando al mismo tiempo. A pesar de que no hay grandes solos o riffs de guitarra, podemos ver que existe una riqueza y trabajo impactantes, sobre todo con las colaboraciones de Cam Avery, baterista de Tame Impala, que le dan un toque más psicodélico.

Desde el primer tema hasta el cuarto, tenemos una sola gran canción que es parte de la conceptualización de un hotel en la Luna, en el lugar donde Buzz Aldrin y Neil Armstrong aterrizarían. Su complejidad y creatividad están por sobre mucho de lo que habían escrito, puesto que con una mirada irónica y pesimista de la sociedad en la que vivimos, TBH&C, se postula como un álbum que raya con lo visto hasta ahora por parte de los ingleses a través de canciones que dejan de lado la guitarra, quizás con excepción de “One Point Perspective”, “Batphone” y de “Four Out of Five”, siendo de esos temas que hacen sentir la potencia más clásica o a lo que estábamos acostumbrados.

Pero al igual que a la oscuridad, cuando dejamos de pensar en lo que puede haber, le perdemos el miedo. Este álbum es endemoniadamente inteligente en su composición, con un soberbio trabajo de letras y música, pero que es más Submarine o TLSP que Arctic Monkeys. Quizás si Alex se hubiera lanzado en solitario, no habría tenido tan mala recepción de los fans, pero, en general, sabemos que el ser humano es animal de costumbres, por lo que cuando un grupo se aleja de lo que venía haciendo, nunca faltará quienes lo rechacen. Así que dejando de lado el tema de seguidores viscerales, Turner dejó la guitarra de lado para empezar a componer en piano, así que ese fue el cambio gigantesco que va a distinguir esta entrega de todas las otras. La lírica será una mezcla de crítica social con referencias personales y mensajes para sí mismo que nos van a posicionar en la mirada de un músico que mirará desde la ventana de su habitación ese pálido punto azul que es la Tierra.

Este creo que no es un disco perfecto, ni por lejos el que más me gusta, pero definitivamente, es el más arriesgado. En un mundo en que las bandas envasadas están a la orden del día, alguien que se atreva a apostar en grande nos presenta todo un desafío. Turner nos muestra que su genio creativo sigue avanzando y que aún no ha encontrado ese sonido que le haga decir “aquí nos quedamos”, lo que considero bueno, porque nos da así la oportunidad de seguir explorando el espacio infinito que nos da la música. Este álbum refleja, de alguna manera, a quienes hemos crecido escuchándolos porque los que estamos en la barrera de los 30, años más, años menos, vamos notando cómo se acabaron las juergas infantiles, los amores adolescentes y esos sueños de rockstar de garage, y nos empezamos a sentar en nuestro sillón a desmenuzar cada tema, quizás con melancolía, pero también más sabios. Se acabó el tiempo de las guitarras afiladas y los riffs febriles, mas nace el tiempo de las pausas, de los proyectos maduros y de la muestra de la evolución que ha sufrido Arctic Monkeys desde hace más de 10 años.