Por Tomás Soto.

Un corazón roto, hambre de venganza y explosiones por cielo, mar y tierra. Esto y mucho más es lo que promete la nueva cinta del neoyorquino Michael Cuesta pero que, poco a poco, sufre un descenso predecible.

El director de películas como “Kill the Messenger” (2014) o “Corazón delator” (2009), se atreve esta vez con la adaptación de una de las novelas más exitosas del escritor norteamericano Vince Flynn. Sin embargo, a pesar de la buena recepción de la obra entre los lectores, el impacto audiovisual que tendrá en los cinéfilos será mucho menor.

En un comienzo, la película nos sitúa en Ibiza, España, exactamente en una playa de aguas cristalinas, arena blanca y palmeras donde se goza de una gran fiesta con barra libre. Entre la multitud y toda la algarabía se encuentra Mitch Rapp (Dylan O’Brien), quien junto a su celular grabando todo lo acontecido, decide pedirle matrimonio a su novia Katrina (Charlotte Vega), quien, por su puesto, acepta con un rotundo sí. Para celebrar Mitch va por unos tragos pero, repentinamente, la alegría y regocijo de los asistentes se ve rápidamente reemplazada por gritos de ayuda y pánico. El motivo es que un grupo de terroristas armados comienza a matar a quien se encuentre en el lugar. Rapp, al presenciar la muerte de su inocente novia y aún impactado por la situación, decide no quedarse de brazos cruzados y así encontrar a los responsables del terrible atentado.

Luego de esto, la apariencia de galán y niño bueno del protagonista, cambia por completo. Mitch comienza una preparación física extrema, entrenando duro diariamente para mantenerse en forma. A su vez, su rostro toma un look mucho más acorde al estereotipo cinematográfico de la cultura islámica, con abundante barba y cabello largo. Además, se muestra cómo, a través de conversaciones por una computadora, logra comunicarse con sus blancos principales, aprendiendo el idioma, sus códigos, creencias y principales motivaciones. Todo esto ocurre, de paso, siendo seguido y observado muy de cerca por la CIA, debido a sus notables características.

Este último organismo secreto está a cargo de Irene (Sanaa Lathan), quien cree firmemente en las aptitudes del joven protagonista. Irene irrumpe en la misión que, por tanto, había planeado el vengativo y valiente Rapp, salvándolo de una muerte segura frente a los terroristas. La CIA, le ofrece un trato difícil de rechazar: trabajar como agente encubierto en misiones que, en un comienzo, son poco claras pero que están a cargo del veterano y reconocido Michael Keaton, en el papel de Stan Hurley. Éste aparece entonces como jefe de la misión y, debido a esto, da para pensar que la acción, los golpes y las múltiples explosiones no tardarán en llegar.

El film, en un comienzo pinta para bueno y, la verdad, es que hasta más o menos la media hora de historia eso no cambia, por lo menos en mi percepción. La cinta parte con una buena trama, un protagonista conocido como lo es Dylan O’Brien (quien goza de popularidad por su papel en la saga Maze Runner) y la acción que, claramente, se ve desde los primeros minutos. Algo que muchas veces se agradece, si es que la producción no cuenta con un buen guion, como en este caso ocurre.

Pero luego, ese ritmo y rapidez que muestra la cinta, se desinfla lentamente. A medida que pasan los minutos parece ser que nos encaminamos a otra película de acción del montón y no a una producción sobresaliente. Lo que en un comienzo parecía estar muy claro, de pronto se ve bruscamente interrumpido por un tema que se instala de golpe, personajes secundarios que aparecen y desaparecen sin motivo y que, además, no hacen ningún tipo de esfuerzo por destacar.

Un claro ejemplo de esta mala estructura, o por lo menos rara intención, es el momento en el cual se involucra en la historia Roonie, «El fantasma» (Taylor Kitsch). En primer lugar, asoma como un antagonista; sin embargo, el personaje se integra de pronto a la historia y se da a conocer solo un poco de su procedencia y sus intenciones. Esto deja un tanto confundido al espectador puesto que, en un comienzo y hasta ese momento, los villanos y grandes problemas, eran supuestamente los terroristas.

Las situaciones de acción, golpes, acrobacias y explosiones a lo largo del film, se vuelven predecibles y, a su vez, contadas con una mano y muy puntuales (siguiendo una línea recta): muy fáciles de descubrir cuándo ocurrirán.

Al igual que casi todo en el film, el protagonista, O’Brien (de quien más se espera) tampoco logra convencer. A lo largo de la cinta se muestra con la misma conducta y actitud, un personaje con pocos relieves que no presenta altos y bajos sino, más bien, solo bajos. Así, se ve conservando en todo momento el ceño fruncido y sin dejar escapar en ningún minuto una sonrisa o un gesto de simpatía o complicidad.

Michael Keaton, más allá de su gran trayectoria y reconocimiento, esta vez tampoco hace demasiado por salvar del abismo al film. En cambio, solo procura mostrarse lo más miserable, malvado y veterano posible en cada momento que le toca interpretar al agente Hurley, sin lograr que su papel en la cinta sea destacable, ni que considerado dentro de sus grandes actuaciones.

Taylor Kitsch, a pesar de haber contado con muy pocas apariciones y tener un rol confuso al presentarse de pronto y sin aviso en la película, aportó bastante. Si su papel en la historia se hubiese explicado mejor y de forma más detallada, otro sería el resultado.

Finalmente, el film cuenta con una historia, actores, situaciones y locaciones que prometen demasiado, pero que, finalmente, solo se queda en una película de acción común y corriente. “Asesino, misión venganza” termina por pasar sin pena ni gloria y, luego de verla, no es de esas películas que se comenta más: funciona para entretener en el momento, pero no para repetirla.