Por Francisca Neira.

Si hablamos de figuras intrigantes, exóticas e indescifrables de la cultura popular, con seguridad reviviremos el recuerdo de Grace Jones, modelo, cantante y actriz que ha sido sumamente reconocida en esos tres ámbitos, pero que también es poseedora de una personalidad y un carácter que muchas veces han dejado pasmados a sus interlocutores.

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Es verdad que el look andrógino llama la atención, que algunas reacciones agresivas que ha tenido resultan contrarias a lo políticamente correcto y que su andar y mirar resultan, de alguna manera, salvajes, selváticos o indómitos. Sin embargo, al entrar en su intimidad se devela un ser que algo de eso tiene, pero que también enternece, que deja fluir un sentido del humor amplio y constante, que trabaja (y mucho) en pos de una visión de su carrera y su arte, que es parte de una familia que, como todas, ha tenido altos y bajos, buenos y malos momentos e integrantes y en la que predomina, por suerte, el perdón y la reconciliación.

Todo eso y más queda en evidencia en Grace Jones: Bloodlight and Bami, el documental de la cineasta Sophie Fiennes estrenado anoche en nuestro país (durante la misma semana de su debut en Estados Unidos) en el marco de la décimo cuarta versión del Festival Internacional de Cine y Documental Musical In-edit Chile. Fiennes, cámara en mano, acompañó a Jones durante los últimos diez años para mostrarnos la intimidad de la artista jamaiquina que tantas veces ha sido visto como una incógnita en el mundo citadino occidental.

La cinta abre con una enmascarada Grace sobre el escenario interpretando “Slave To The Rythm”, perteneciente al disco del mismo nombre que publicara en 1985, para luego mezclarse con la historia de su viaje a Jamaica, junto a su hijo Paulo, al reencuentro con su familia, su historia, sus raíces. Comenzamos a reconocer, entonces, entre canción y canción, una vida difícil marcada por una infancia violentada a manos de Mas P, el marido de su abuela, con quienes vivieron los pequeños hermanos Jones cuando sus padres viajaron a Estados Unidos en busca de un futuro mejor; el entorno de pobreza que se evidencia en cada toma de cámara del Spanish Town jamaiquino del que es oriunda la Diosa de Ébano, pero también los sonidos y los paisajes naturales de una isla selvática y salvaje que dan buenas luces del origen del temperamento de Grace.

Las anécdotas entre hermanos se suceden una tras otras, las historias de amor y desamor de los antepasados comienzan a fijar explicaciones y nuevas visiones de la vida misma, el retorno a una iglesia que no hace más que evidenciar el por qué Jones ha dejado de asistir a ella, la visita a viejos vecinos que nos muestran a una niña-mujer en los recuerdos y en la actualidad. Y volvemos a París y a Nueva York, y una intimidad diferente nos es revelada cuando vemos a Grace trabajando, luchando por contratos, acomodando horarios para cuadrar agendas de músicos y disponibilidad de horas de estudio para grabar un trabajo completamente autogestionado, lidiando con productores televisivos que desvirtúan su imagen, banalizando su trabajo.

Todo lo anterior forma parte de los 115 minutos que dura el documental. Sin embargo, no hay drama, no hay victimización, no hay redención en el trabajo de Fiennes porque no es necesaria. Grace Jones ha sido desde siempre una mujer indomable y abyecta por opción, no por consecuencia. Y eso, que la cineasta logra rescatar en su trabajo con la cantante, es lo que más agradecemos quienes buscamos y amamos las buenas historias.