Por Teany Cortés.

Cuando pensamos en películas cuyo protagonista es un o una deportista, pensamos en la secuencia inspiracional de Rocky: el arduo entrenamiento de quien tiene el talento pero no las condiciones materiales ni la técnica, la crueldad cariñosa de un entrenador sabio, el trabajo pese a todos los obstáculos. Luego, la demostración, el triunfo, las puertas abiertas. No es el caso de Battle of the Sexes, de Jonathan Dayton y Valerie Faris, que se centra en la figura de la tenista Billy Jean King (Emma Stone), figura destacada del tenis mundial en los años 70. Hay poco espacio para el entrenamiento e incluso para la muestra deportiva en esta cinta, pues empieza cuando la tenista ya es una deportista consagrada que recibe la llamada del presidente Nixon para felicitarla por sus numerosos triunfos en torneos nacionales e internacionales. Es la niña regalona del público estadounidense y vende la misma cantidad de entradas que sus pares varones. Pero esa consagración, que suele ser el final de otras historias, es el conflicto y puntapié inicial de esta otra.

Battle of the Sexes, estrenada en septiembre de este año, nos cuenta dos historias que confluyen: la primera de ellas nos habla de la lucha de un grupo de mujeres deportistas por ser consideradas – y sobre todo, pagadas- bajo los mismo parámetros de los hombres. Billie Jean King, cabeza de este grupo, decide generar su propio torneo de tenis femenino cuando descubre que el premio para el torneo masculino organizado por la Federación Nacional de Tenis es seis veces mayor que el presupuestado para las mujeres. Expulsadas de la asociación, ninguneadas en sus capacidades, y más unidas que nunca, estas mujeres empiezan un tour exitoso por los Estados Unidos acompañadas de Marilyn, una estilista que se roba el corazón de la señora King. Paralelamente, se nos da a conocer la vida de Bobby Riggs (Steve Carell), un apostador y megalomaníaco tenista retirado que vive a expensas de su exitosa mujer, la cual se niega a seguir financiando su adicción por el juego. Frente a este escenario oscuro, Bobby se siente iluminado al ver en el gesto de sus colegas femeninas una posibilidad de recuperar su visibilidad y su dinero. Decide entonces retar a la más talentosa de ellas a enfrentarse a él, retirado, pero aún poseedor de la capacidad de juego que lo posicionó como número uno del mundo. Haciendo gala de un conocimiento privilegiado de los medios, publicita el encuentro como “La batalla de los sexos”. De esta manera busca afirmar la superioridad de los hombres frente a las mujeres con el apoyo de la prensa y la Asociación Nacional de Tenis.

El guion del británico Simon Beaufoy usa como base un episodio real del deporte que no es simplemente anecdótico, sino también simbólico. Billy Jean King no se limitó a luchar por los derechos femeninos dentro del tenis, sino que, tras ese triunfo emblemático, ha sido una activista importante de la lucha por la igualdad de géneros. En una época en que este tema está más vigente que nunca, la configuración de este personaje, feminista y lesbiana, puede caer fácilmente en la caricatura. En la búsqueda de romper con esta caricatura, el texto de Beaufoy construye un personaje que tiene dos caras: por un lado, es una feminista, deportista de alto nivel y lesbiana recién descubierta y por otro, es una mujer casada que se enamora dulcemente de otra mujer, y que siente culpa y miedo por su imagen pública. De la misma manera, el personaje de Bobby Riggs es un machista de espectáculo que, sin embargo, no tiene problemas en dejar la autoridad económica y parental en manos de su mujer, a quien ama y necesita.

A pesar de estas dos caras que le dan movilidad a los personajes, estos se vuelven monolíticos dentro de sus contradicciones. Transitan casi sin conflicto entre una identidad y otra, y, a pesar de lo tenso de sus situaciones personales, parecen estar en control de todas sus reacciones.

Dentro de los muchos conflictos a los que se enfrentan las mujeres de esta historia, está la mediatización del deporte. El tenis, puesto como espectáculo, puede ser interpretado desde alguna posición ideológica o política por los comentaristas deportivos, que, desde su lugar privilegiado como figuras de los medios, instalan ideas en la audiencia y en las mismas tenistas. Así, Billy Jean King considera que el comentario del presidente de la Asociación de Tenis que las ha expulsado, Jack Kramer (Bill Pullman), puede ser negativo para la interpretación de su desempeño en la cancha, pues parte de la idea de que las mujeres, seres absolutamente emocionales, no tienen el temple necesario para enfrentarse a un hombre racional en un partido. Con el objetivo aparente de desmentir esta afirmación, el film introduce el conflicto amoroso entre Billy Jean King, su marido y Marilyn en un segundo plano, siempre al servicio de la lucha por la igualdad como tema principal. Por lo tanto, a pesar de tener un factor amoroso persistente, no podríamos decir que es una película romántica. Por el contrario: quienes aman, en esta película, comprenden que el triunfo o la derrota -en el ámbito deportivo, pero sobre todo en el ámbito de las ideas- es mucho más importante que la concreción del amor.

Uno de los puntos fuertes de esta cinta es la interpretación de la protagonista: Emma Stone se luce en este personaje controlado y logra darle matiz a sus sentimientos a través de su gestualidad. Su manera de caminar, de moverse, de sonreír es detallista y tremendamente significativa. Es como si hubiese tomado toda su capacidad actoral, que sabemos puede ser expansiva, y la hubiese comprimido para hacerla intensa, sobre todo en aquellas escenas que comparte con Andrea Riseborough y que se complementan con acercamientos de cámara que generan un ambiente cerrado e íntimo. Carell, por su parte, recibe un personaje exagerado y performático en sí mismo, por lo que su interpretación no sorprende, pero tampoco defrauda. El resto de los actores representan personalidades tipo: la gestora exitosa, tacaña, neurótica y fumadora compulsiva, la tenista joven y competitiva, el presidente de la asociación, intransigente, cínico y algo mafioso.

La apuesta estética de Battle of the Sexes recuerda, por lo limpia, coherente y colorida, a la de Little miss Sunshine (2006), película que lanzó al éxito al matrimonio compuesto por Jonathan Dayton y Valerie Faris. Los espacios y los personajes están perfectamente trabajados en términos de adaptación a un episodio que fue real, que cuenta con personajes reales y en el año real de 1973. La secuencia de fotos al final de la película da cuenta de esto. También el tratamiento del tema nos lleva a recordar la película del 2006. Por un lado, hay una historia que, mirada desde otra perspectiva, podría haber sido un drama familiar y personal, pero es llevado a escena como una comedia, sin que esto signifique minimizar la importancia de los asuntos que se exponen. Por otro, hay cierta inocencia – reflejada, por lo demás, en la ternura de la propuesta musical- en la resolución de los conflictos, que lejos de caer en la liviandad, entrega cierta cuota de esperanza.

Battle of the Sexes es una película bien hecha y que logra, al mismo tiempo, historizar y revitalizar temas contingentes con una mirada vintage. En los 121 minutos dura, uno ríe, se indigna, empatiza y se encanta. El partido final, centro de esta historia, nos traslada a la emoción real que provoca un encuentro muy esperado, aunque no es solo el deporte lo que se juega en la cancha. Si bien podemos considerar que el argumento intenta dar por resuelto un tema que, hasta el día de hoy, nos sigue complicando, desde este lado de la trinchera se agradece como ejemplo de fuerza y esperanza.