Nick Cave & The Bad Seeds en Teatro Caupolicán: Crónica de una noche brillantemente oscura
5 de octubre 2018.

Por Francisca Neira.
Fotografías por Francisco Aguilar A.

Santiago, viernes 5 de octubre de 2018. Ya desde temprano el día se siente distinto, agitado, abochornado, qué se yo. Problemas domésticos y responsabilidades a medio cumplir llenan mi agenda. Miro atenta: 8 am, 11 am, 16 pm… Nada importa mucho porque la espera por la velada supera las expectativas de lo que pudiera ser el resto del día. 20 horas, Teatro Caupolicán. Corazón golpeando como nunca, saludos al viento. De nuevo nada importa mucho.

9.20 de la noche y, al fin, el sueño se cumple. Se apagan las luces del recinto, el público se enfervoriza y la figura alta, delgada y elegante de Nick Cave aparece por un costado del escenario en el que lo esperan los Bad Seeds a quienes mira de reojo para luego acercarse a la orilla de la tarima, recibir un ramo de flores y empezar a recitar con voz grave, bajo el violeta de las luces que llueven desde el cielo, “Jesus Alone”. De pronto la numeración de los asientos pierde todo sentido y los cuerpos se agolpan junto al tablado como en respuesta a la prédica de un oscuro pastor. Se veía venir, en todo caso. Temprano, en la conferencia de prensa, el australiano había señalado que él no era “un profesor de escuela” para decirle a la gente lo que tenía que hacer. Y nos queda más que claro.

Los susurros y el piano dramático de “Magneto” llaman a muchos a expeler unos “shhhh” hacia quienes gritan, vitorean, alaban, porque el momento amerita la más profunda de las intimidades, porque Cave nos habla desde las entrañas, desde el más profundo dolor y crea una suerte de miedo y una atmósfera oceánica, marina, pero no de las contemplativas sino de las sofocantes, de las mortuorias, de las que no quisiéramos conocer en un Caupolicán que de tan repleto se ve hasta pequeño.

Mientras miro el espectáculo, porque eso es, pienso en que es raro ver a un artista que se vincule tan profundamente con las plateas, con esos que estan lejos, que cantan sabiendo que no los oye, pero que los siente, mientras las seis semillas malas, tan oscuras como su líder, mezclan el jazz, el blues y el grunge con una precisión de relojero que le entregan a ese frontman el telón perfecto para escupir la sangre de sus líricas. Se siente lo mismo en “The Weeping Song” que suena a himno de iglesia gringa y que lo lleva caminando, cual Jesús sobre las aguas, por entre la multitud hasta el confín de la cancha, casi casi llegando al palco para cantar, aplaudir, agradecer y saludar a los fanáticos enfervorizados sobre las sillas. Muchos de ellos en la canción siguiente estarán sobre el escenario, pero ya llegaremos a eso.

Contrariando a las melodías anteriores “From Here To Eternity” se escucha agresiva y disonante, incluyendo a ese docto violín que a ratos suena enfermizo, trayendo a nuestra tierra al Cave de antaño con la actitud de sus primeros tiempos (como si alguna vez la hubiese perdido), llevándolo incluso a bajar de esas tablas negras para reunirse en cuerpo y alma con sus seguidores, su séquito, su culto. De todas formas, toda la calma de las primeras canciones queda en el olvido absoluto con la energía de “Lover Man” que suena ruda, punk, agresiva.

En “The Ship Song”, “Into My Arms” y “Girl in Amber” Cave se sienta al piano y las melodías dulzonas (aunque oscuras) inundan el recinto del centro de esta capital, el mismo que lo acogió hace 22 años atrás en su primera presentación por estos lares. Para qué andar con rodeos, a estas alturas el silencio del público es mas abrumador que las mismas letras tristes de sus canciones. Y no ha de resultarnos extraño, ya que en la mañana había señalado que escribir canciones lo confrontaba a momentos dolorosos, pero también era una forma de sanar y de conectarse con los otros en una comunidad que comparte el dolor, independientemente de cuál sea su fuente. Y entonces pienso que no es solo esa empatía sino que la complicidad que nos une también está dada por el amor y pasión por la música y la admiración por aquel que tiene el talento de transformar en palabras ese sentimiento compartido que, sea el que sea, tanto nos cuesta sacar a la luz.

Una breve pausa y el “olé olé” a viva voz de miles de fans avergüenza un tanto a Cave que ríe tímido y retrasa el incio de “Shoot me Down” que a punta de piano y flauta traversa nos eriza la piel. En medio de “Jubelee Street” se arrodilla en la frontera del escenario y las manos de la fanaticada que antes simplemente lo tocaban ahora lo atraen hacia ella convirtiéndose ambos en uno solo, un ser híbrido que le inyecta la energía necesaria para volver a su podio, cantar, bailar y botar todo lo que encuentre a su paso.

En “Stagger Lee” y “Push the Sky Away”, un numeroso grupo de asistentes sube al escenario y, primero de pie, luego sentados corean las canciones junto al ídolo que desgarra sus cuerdas vocales en un recitado y luego un fraseo suave que termina con un agradecimiento en español que da pie para que el escenario se vacíe al mismo tiempo que el recinto entero se pone de pie en una ovación honesta y espontánea, un aplauso cerrado y potente como pocas veces he escuchado. Pocos segundos tardan las malas semillas en volver y entonar un par más de canciones que ponen fin a una velada que nos emocionó en cada uno de sus instantes, en cada una de sus canciones. Tantas fueron las sensaciones que la noche provocó en los presentes que el silencio que invadió el teatro muchas veces durante la jornada se transformó a la salida en un murmullo de agradecimiento… no quedan más palabras para decir, aunque suene cliché, asistir a un concierto de Nick Cave & The Bad Seeds es una experiencia que hay que vivir.

Setlist:
Jesus Alone
Magneto
Higgs Boson Blues
Do You Love Me
From Here To Eternity
Lover Man
Red Right Hand
The Ship Song
Into my Arms
Shoot me Down
Girl In Amber
Tupelo
Jubelee Street
The Weeping Song
Stagger Lee
Push the Sky Away

Encore:
The Mercy Seat
City of Refuge
Rings of Saturn

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