Pascuala Ilabaca y Fauna en Bar El Clan: Ecología del sonido
9 de junio 2017.

Por Rodrigo Guzmán.
Fotografías por Cristián León.

Del show que brindó anoche Pascuala Ilabaca junto a su banda en el Bar El Clan podríamos decir que fue impecable, que sonó muy bien y que a pesar de ser una presentación un tanto escueta dejó a los asistentes satisfechos, llenos de ritmos tanto de América latina como de Medio Oriente o la India. Podríamos decir también que, probablemente, es uno de los conjuntos chilenos actuales con mayor proyección internacional junto a Follakzoid, tras sus largas y frecuentes giras intercontinentales desde 2011 hasta esta parte y que Rey Loj, sin lugar a dudas, fue uno de los mejores álbumes nacionales del 2015.

Pero lo de anoche merece más que una reseña. Porque lo de anoche fue un carnaval. Pasando por canciones de su discografía íntegra, los de Valparaíso dieron primacía a la fiesta, invitando al baile con canciones como «Ay mamita, mamita», «Busco paraíso», «Diablo rojo, diablo verde», «Caminito viejo» y la presentación de su último single «Te traigo flores», dejando lamentablemente de lado las melodías más sosegadas de composiciones tan notables como «Extintos», «Mal día» o «La escala», por nombrar algunas.

Sin embargo, esta opción por el carnaval y la fiesta guardó una coherencia, y es que Pascuala Ilabaca y Fauna no sólo brindaron un buen show, sino que propusieron una experiencia del sonido que guardó una constante cercanía con un concepto clave dentro de la velada: interacción. Esta interacción no sólo se vio reflejada en la performance misma de la banda, evidenciada en el juego coqueto y constante entre Pascuala y el saxofonista/clarinetista Miguel Razzouk, o en la conjunción precisa de los instrumentos, en ese feliz producto que Charly García llama música (melodía + armonía + ritmo), sino también en la interacción con el público, pues en un inédito sentido lúdico de la música, la compositora invitó a algunas asistentes a subir al escenario para improvisar melodías vocales y canciones populares acompañadas por la banda. Asimismo, compartió con los asistentes ciertos relatos sobre cultura popular y una breve historia sobre su primer acordeón, que terminó espontáneamente en las manos de una de sus seguidoras, confirmando así que tanto la música como libros deberían circular entre nosotros, los seres humanos. De dicho modo, la música terminó interactuando con otras formas de comunicación, encarnadas tanto en el baile como en la palabra.

Con todo, la ya mencionada interacción se tornó convivencia en un momento que debe ser mencionado: las re-lecturas de «El gavilán» y «Pupila de águila». En un año culturalmente signado por el centenario de Violeta Parra, Pascuala Ilabaca y Fauna interpretaron, notable y personalmente (por ello menciono la re-lectura) dos portentosos temas del repertorio de la ilustre folclorista chilena, donde se articularon de manera rotunda la guitarra española, el canto popular chileno y el sonido de trance del trompe, el arpa de boca mapuche. Y de dicho modo fue como se configuró la presentación completa de los porteños y de tal manera también están estructurados sus discos: en base a la interacción y a la convivencia entre distintas sonoridades, distintas estéticas y conocimientos otros, provenientes de diferentes partes del mundo, generando así una ecología sonora que nos convoca a todos. En ese sentido, y reflexionando sobre ciertas ideas de Jorge Luis Borges, los latinoamericanos debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo, por lo que hay que ensayar todos los temas y tocar/escuchar todas las músicas, agregaría yo, tal y como lo intentan hacer en la flora y Fauna de Pascuala. En este sentido, se hace evidente que la música, una vez más, es un campo de convivencia y fraternidad del cual algunos sectores de la sociedad chilena deben aprender, ante ciertos repudiables hechos de violencia contra los distintos grupos migrantes que hoy habitan en Chile de un tiempo a esta parte.

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