Por Javiera Carrillo.

Jim Jarmusch es un gran exponente del cine independiente estadounidense, creando películas clásicas de esa área como “Coffee and Cigarettes” y “Dead Man”, además de “Paterson”, película del 2016, escrita y dirigida por él, que nos sorprendió con su visión sobre las pequeñas cosas de la vida.

Paterson (Adam Driver) es un conductor de autobús de la ciudad con su mismo nombre que está ubicada en Nueva Jersey. Cada día de su vida es como una historia que estaba previamente escrita y destinada para él. Se despierta sin necesidad de usar alarma de ningún tipo, y siempre a la misma hora o con pocos minutos de retraso. Le da un beso a su mujer, Laura (Golshifteh Farahani), y mientras desayuna se inspira para su próximo poema. Como todos los días, Paterson camina hacia su trabajo, donde vuelve a escribir o continuar un poema y donde el mismo compañero de todos los días se relaciona con él de la misma forma. Escucha las historias de los pasajeros, almuerza, camina de vuelta a su hogar para encontrar a su mujer, creando algo nuevo cada día. Patrones en la ropa, en la comida, en el diario existir. Cena, saca a pasear a Marvin, el perro del que todos los espectadores nos enamoramos, para prontamente odiarlo con una ternura que no existe. Al terminar cada día, Paterson visita el bar de un amigo, toma una cerveza y vuelve a acostarse para comenzar todo de nuevo.

Al leerlo así, pensamos que vamos a sentarnos a ver una rutina, una película donde nada pasa, pero no. Te sumerges en esa rutina, esperas a que termine el lunes para ver lo que pasa el martes, sabiendo que será igual. Pero, ¡poesía! Hay poesía en cada rincón de la película. Escuchamos sobre Iggy Pop y Allen Ginsberg, y sabemos que la película vive en una era moderna, pero lo ignoramos. La trama te envuelve y te lleva a una realidad paralela, donde no entiendes qué hora es ni qué día es, solo es.

Hay poesía en el guion, en los patrones de las pinturas de Laura e incluso en los ladridos y quejidos de Marvin, el bulldog inglés. ¿Quién iba a pensar que nos sumergiríamos en un poema sobre fósforos? Algo raramente inesperado, pero para aquellos que disfrutamos de la poesía, nos abre la mente para enamorarnos incluso de un semáforo en mal estado.

El primer concepto que se me vino a la mente luego de escuchar y leer sobre la película, fue: poesía. Llegué a verla con el corazón ultra ancho, sabiendo a lo que iba. Pensé que iba a salir destrozada, que quizás iba a llorar o que terminaría odiando a algún personaje por una determinada aberración que haya generado un quiebre en la película. Fue una pluma. Cada personaje logra encantar y cumple su rol dentro de este poema visual. Fue una pluma porque es así, tal como imaginas una pluma. Suave, etérea y flotando lentamente por el universo. No pesa, sino que agrada. No sales negativo, sino que suspiras con tranquilidad.

Bonita, agradable, poética. Digna de pagar la entrada y dedicar una tarde para hablar sobre ella, sobre la propia visión que uno tiene sobre los conceptos que se trataron. De alguna u otra forma, mató algo. ¿Qué? Aún no lo descubro, pero puedo deducir que la poesía, de alguna u otra forma, mata. Mata de amor, de pena, de alegría o simplemente mata por matar. Una maravilla.