Por Teany Cortes

Siete deseos (Wish upon) es la más reciente película del director John R. Leonetti, que, como colaborador de James Wan, participó en las producciones de El Conjuro (2013) y Anabelle (2014). En su afiche promocional se hace mención a esta colaboración, y la imagen central muestra una caja cerrada, misteriosa, que remite inmediatamente a las cajitas endemoniadas que forman parte del universo de El Conjuro 1 y 2. Pero la fórmula de esta nueva película nada tiene que ver con las producciones anteriores, ni con el universo de los Warren y su museo macabro, como podría pensarse.

Lejos de eso, Siete deseos recoge el drama adolescente en su forma más típica, y le suma un elemento sobrenatural. Una joven, Clare Shannon, sigue soñando con su madre, que se ha suicidado doce años atrás, en extrañas circunstancias. Su padre, que al parecer jamás se ha recuperado de la pérdida, dedica su tiempo a recoger basura y acumularla en la casa que comparten. En la escuela sufre del acoso violento de parte de sus compañeros. Cuenta con el apoyo de dos amigas, y de una vecina de toda la vida. Está enamorada del chico popular que sale con una de sus acosadoras, y ante la imposibilidad de manejar su propio auto, llega a cada día en bicicleta a la secundaria. Un día su padre descubre entre la basura una caja misteriosa con inscripciones en chino y, a sabiendas de que su hija estudia ese idioma, se la lleva como regalo adelantado de cumpleaños. En la caja, Clare descubre la posibilidad de pedir deseos siete deseos, aunque en un principio ni siquiera imagina las consecuencias que esto trae.

El drama adolescente del estudiante impopular y el género de terror no están, en principio, reñidos. Más aún, son géneros perfectamente complementarios. La vulnerabilidad del protagonista suele sumarse a una disfuncionalidad familiar importante, que da pie para que busque consuelo en lo primero que se lo ofrezca, aunque descubra pronto que es una entidad sobrenatural, e incluso, en algunos casos, diabólica. La conjunción ha funcionado en películas exitosas e incluso buenas: Sexto Sentido (1999), Let Me In (2010), o El Espinazo del Diablo (2001). También la inestabilidad mental de la protagonista podría haber jugado a favor de la unión drama adolescente-terror: en alguna escena se sugiere que Clare, dotada de la sensibilidad artista de su madre, pudiese terminar con su vida tal como lo hizo ella, producto de la infelicidad de su contexto social y de la culpa generada por las consecuencias de los deseos cumplidos.

Sin embargo, la película no aprovecha temas, ni ningún otro, en pos de lograr un buen producto. El conflicto juvenil es liso, sin recovecos éticos o emocionales. Bien podría ser el guión de Mean Girls (2004) o High School Musical (2006). La historia de terror, pegoteada sobre el conflicto juvenil, es archi conocida: una entidad, cualquiera está sea, ofrece cumplir los deseos de un personaje que ignora, porque se le ha engañado o porque prefiere no entender, el horroroso precio que ha de pagar. No es una fórmula nueva. Es la historia del Rey Midas o de La pata de mono de W. W. Jacobs, entre otros. Sin embargo, mientras en estos relatos el horror radica en que las consecuencias de los deseos tienen directa relación con el deseo mismo (Midas ve lo más amado convertido en una estatua de oro; La Sra. White corre el riesgo de ver a su hijo convertido en una masa de carne viviente recién salida de la tumba) en esta película no es la inmoralidad del deseo lo que es castigada, sino el deseo mismo, sea cual sea su naturaleza. El precio no tiene conexión alguna con lo que se ha pedido.

Siete deseos es una película que podría haber sido interesante si hubiese intentado profundizar en cualquiera de los temas que propone. No lo hace, y el resultado es deficiente, incluso para una película de terror, género que nos tiene acostumbrados al morbo del screamer o del gore en desmedro del guión.