“Soledad” en Teatro de la Aurora: Cuando el cuerpo pierde más de 21 gramos
10 de julio 2017.

Por Jorge Fernández.
Fotografías por Gabriel Padilla

En el escenario hay seis pantallas multiformes donde se proyectan palabras, gestos y movimientos. O eso parece. En el centro, algo sentado frente a un espejo. Ingrávido, asqueado, silente. Es un maniquí. O eso parece. El objeto sin vida comienza a tomar forma, se desliza por el escenario y le cuesta mirar de frente. Con su torso desnudo y una malla negra que cubre sus piernas, da vueltas por el lugar. Es un hombre. O eso parece.

Así comienza “Soledad”, segunda parte de la trilogía “Rabia” de la dramaturga y directora María José Pizarro. La historia trata de una periodista que, en medio de una investigación, se enamora profundamente de su entrevistada. El nombre de esta última es Alekssandra y su oficio, la prostitución. El detalle es que Alekssandra no nació con ese nombre ni menos con ese sexo. El segundo detalle no menor es que murió asesinada en manos de un carabinero y lo que se ve en escena son recuerdos, palabras, nostalgia y melancolía. De ella, de los unos y de los otros.

La obra trata minuciosamente y sin caretas superficiales, el tema de la transexualidad. No hay un ser sufriente porque el destino ha querido que padezca tormentos de la nada, sino que ella misma se caracteriza como “cuática, violenta, choriza” que “cuando andaba angustiá, cogoteaba a la gente” y que era “dueña de la calle”. Esto hace que el relato sea crudo, pero, a la vez, profundamente verosímil. Sin ornamentos más allá de los que la adornan y haciendo hincapié en una investigación fragmentada en pedazos, que van construyendo la imagen de la protagonista.

El unipersonal está protagonizado por Luis Chávez, actor que va construyendo la historia a través de lo que escucha y escuchamos. Él es la Alekssandra, que recuerda con amor a su padre, con rabia a su madre y con asco a la sociedad en la que vivió. Poco a poco, se desnuda su vida mientras se va vistiéndo con la ropa que le sienta mejor.

De fondo, junto a las voces en off, van surgiendo canciones de Jorge González, porque a la Alekssandra le fascinan Los Prisioneros. De este modo, casi con ironía, surge en medio de su historia “Cuéntame una historia original” y al final de su relato “Estrechez de Corazón”, haciendo énfasis en que esos que cantan ya no son Los Prisioneros. Más bien, son otros los que han tomado la letra y la han hecho suya. Tal como lo hizo la Alekssandra en el escenario, donde su melena pelirroja al viento hizo que su vida trascendiera a su muerte.

En una parte de la obra se dice que cuando el alma sale del cuerpo se pierden 21 gramos. En esta historia se pierde mucho más que eso con la partida de la Alekssandra. La obra es potente y atractiva, pues desmenuza las taras que tenemos como sociedad al no ver lo que pasa con estos seres humanos periféricos, vulgares y olvidados en un submundo que parece ajeno y que pasa desapercibido para la banalidad mundana en la que vivimos.

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