El Velorio en Teatro Ictus: A veces, nadie puede descansar en paz
30 de septiembre 2017.

Por Jorge Fernández.

Un disfemismo es una palabra o expresión acentuadamente peyorativa, mordaz y despectiva. A través de él se provocan ideas concretas e imágenes fragmentadas que, muchas veces, nuestra mente quiere obviar. En el teatro, el disfemismo se manifiesta principalmente en el género de la comedia negra, donde los muertos no parten de este mundo ni descansan en paz, sino que estiran la pata y se van al patio de los callados.

Precisamente de esto es lo que habla “El Velorio”, la que hace unos días atrás se estrenó en la sala del legendario Teatro Ictus. Esta obra teatral está escrita y dirigida por Álvaro Rudolphy y cuenta con las actuaciones de Tamara Acosta, Cristian Carvajal, Grimanesa Jiménez y Jaime Leiva.

El argumento de “El Velorio” surge, en primera instancia, por medio de lo que su título dice: una pareja de hermanos, Ana y Gabriel, despiden a su padre en un velorio muy particular pues, ya de entrada, se piensa que no habrá nadie más para acompañarlos. Por lo menos eso piensa Gabriel, el más sensato de ambos hermanos ya que Ana, su hermana, cree lo contrario. El problema es que Ana no es lenta, sino enferma según palabras explícitas de su madre, quien se reencuentra con ellos después de muchos años de ausencia para subrayarles lo demoníaco que siempre fue su padre. Los diálogos ácidos y corrosivos van destrabando la trama y, poco a poco, notamos que una familia que, a simple vista, sólo parecía disfuncional como muchas otras, es en realidad más que eso ya que van saliendo a la luz todas las enormes heridas que el corazón de cada cual, tenía guardado con pesar.

En la obra se aprecia lo más degradante de una familia que demuestra sólo tímidos bocetos de arrepentimiento, pero que no alcanzan para sanar los baches que cada uno ha ido intensificando en su camino particular. Así surgen dichos baches que van desde infidelidades cercanas hasta abusos sexuales, pasando por el rencor, el abandono y la ceguera que provocan los amores incondicionales. Hay de todo acá y ese todo se nos muestra por medio de momentos en que se nos enternece el corazón y otros espacios en que soltamos una carcajada cómplice y sonora a la vez, porque el humor negro, en principio, nos hace mirar a todos lados para ver si a los vecinos, en ese contexto particular, también les genera gozo el escuchar hablar de gases de dudosa reputación, del muerto bien muerto y de que, ojalá, se le queme luego para ahorrarle trabajo al diablo, entre otras tantas situaciones.

Algo absolutamente destacable en esta obra tiene que ver con las actuaciones, en especial la que hace Tamara Acosta interpretando a Ana, la hermana con problemas mentales que va desenrollando pasajes incómodos de su vida por medio de su sentido concreto y ansioso. Tiene humor y tiene pena: llora cuando no tienen que llorar, se pone seria cuando hace llorar y ríe a carcajadas cuando los otros no parecen entender que la alegría del momento también puede ser alegría de la vida, aunque tanto el momento como la vida no sepan cuánto durarán.

“El Velorio” es una obra que, sin duda, hay que ver y sentir. Su ácido argumento nos descoloca de entrada y de salida, con lo que logra impregnar en el espectador un placer culpable al no tener claridad si, al terminar, se debe llorar, empatizar o simplemente reír.