Artista invitado: Edén Carrasco.
15 de junio 2023.

Por Carlos Barahona.
Fotografías por Javier Martínez.

Para el gran escritor trasandino Julio Cortázar el jazz era como “un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, salta barreras, burla aduanas, algo que corre y se difunde”. Un sonido inquieto que ya está cerca de cumplir una década desde que vio aparecer a gente virtuosa, que perfectamente hoy pueden ser consideradas como míticas, que crearon un nuevo olimpo musical en el cual la improvisación, la elegancia y la experimentación son la puerta de entrada a él. Miles Davis, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Charlie Parker, Duke Ellington, Chet Baker, Bill Evans… podríamos estar nombrando y sumando gente en largas discusiones.

Y si bien, categóricamente hay múltiples discusiones sobre su vigencia y originalidad en la actualidad, lo cierto es que de manera soterrada, es un estilo que se sigue propagando en las nuevas generaciones y a lo largo de todo el mundo. Si no fuese así, festivales como Montreaux a nivel internacional, o el de Las Condes, a nivel nacional, no existirían hace un lustro de años.

Dentro de estas nuevas manifestaciones sonoras, mutaciones de ese sonido clásico que se refleja en las formaciones de antaño compuestas por saxofón/trompeta, piano, contrabajo y batería, han venido apareciendo, surgiendo y creciendo nuevas formas, que siguen encantando a un público ávido de jazz y de experimentación. Snarky Puppy es una de estas agrupaciones que mantienen la vigencia de este estilo. Su sobriedad, puesta en escena con decenas de músicos, ha sido aclamada en todos los rincones del mundo. Y una de las mentes maestras de este éxito es a quién tuvimos la posibilidad de ver tocar anoche en el Club Chocolate: Bill Laurance.

Eximio pianista y aclamado por colaboraciones con gigantes como David Crosby – de los míticos “Crosby, Still & Nash” – volvió a Santiago, semanas después de su concierto con su banda madre, para mostrarnos parte de su propuesta, esta vez en formato trío. El punto de encuentro fue el recinto de barrio Bellavista, el cual colmado de gente en sus escaleras – dada su particular disposición – y de mesas en las cuáles la gente tomaba sus brebajes para apalear el tímido frío que había en el exterior, y porque no, apalear la ansiedad de volver a ver al maestro.

A eso de las 20.30 comenzó el acto de apertura, a cargo de Edén Carrasco, eximio saxofonista, quien acompañado de un sintetizador, presentó una propuesta minimalista de free jazz, mezclando sonidos y haciendo dialogar a un saxofón con otras capas sonoras, lo que captó rápidamente la atención de quiénes iban llegando al club. Tocando sin parar por casi media hora, Carrasco tuvo la habilidad de transportar por diversos estados y sentires, hasta que se retiró del escenario con un saco de aplausos en la espalda. Se agradece el espacio a novedosas propuestas locales que nunca dejan de estar a la altura de las circunstancias.

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También con parsimonia y sobriedad, Bill Laurance subió al escenario, acompañado de Marijus Aleksa en batería y Max Luthert en bajo eléctrico y contrabajo. Sin mayores preámbulos y bajo unos expectantes vítores del público, dieron rienda suelta a su presentación. Con un setlist de diez canciones, las cuales fueron una curatoria hecha por Laurance para mostrar lo mejor de su trayectoria fuera de su alma mater, la travesía no dio respiro. Se destacan tracks como el de apertura, “The Good Things”, el que fue una cadencia de principio a fin, haciendo incluso mover los pies y bailar en una improvisada pista de baile en el local, “Singularity”, en la cual Aleksa se roba el show con un solo que rememora a canciones como “Whiplash” – inmortalizada en ese filme de Damien Chazelle – y “Affinity”, parte de su última producción titulada de la misma manera.

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Entre canción y canción, Bill no deja de interactuar con la audiencia, demostrando la felicidad de volver a tocar a nuestro país, el cual fue una breve parada en este pequeño tour sudamericano que incluye fechas en Buenos Aires y Rio de Janeiro. También hay que destacar la solvencia y sostén que Marijus Aleksa en la batería y de Max Luther en cuerdas. Mientras que el primero se roba las atenciones con su dúctil forma de tocar, pasando por diferentes estilos, sin nunca perder la esencia del jazz, el segundo es la sobriedad hecha persona en el bajo y contrabajo, llevando bien los tiempos, básicamente es el compás entre la energía de la batería y la elegancia del piano en manos de Laurance.

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Con un show sobrepasando la hora y fracción de duración, el trío se despidió con “The Keeper” y “Red Sand”, en la cual siguieron celebrando la persistencia a la hora de lograr tus objetivos en la vida. Laurance fue muy enfático en resaltar esto, incluso confesando que por más de nueve años Snarky Puppy fue considerado un proyecto que no daba réditos, pero que con el impulso y tenacidad de sus miembros, fueron capaces de cosechar el éxito y renombre que tienen hoy por hoy.

El jazz sigue siendo un sonido que se inmiscuye en todos lados, no se deja atrapar y se sigue reinventando con cada concierto, con cada disco, y con cada reseña que se hace. Y lo del Laurance y compañía es particularmente destacable, puesto que ante una propuesta sobria, la ganancia termina siendo total. Gana el mundo, gana la música y gana la vida.

Setlist:
The Good Things
Swag Times
Singularity
Affinity
Elevator
Real One
Cables
The Keeper
Red Sand

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