Por Sebastián Allende.
A fines de los 70, cuando el punk británico rugía en sótanos y clubes de mala muerte, un joven de mirada desafiante y sonrisa sarcástica empezaba a destacar entre los acordes distorsionados de Generation X. Su nombre era William Broad, pero el mundo pronto lo conocería como Billy Idol, una mezcla explosiva de insolencia y carisma que convertiría al punk en espectáculo global. Cuando la agrupación se disolvió, Idol tomó una decisión que cambiaría su destino: cruzar el Atlántico. En el Nueva York de los ochenta encontró su sonido definitivo: una mezcla de guitarras punzantes, sintetizadores y pura actitud. Así nació su primer disco solista, Billy Idol (1982), un debut que encendió las luces de MTV con “White Wedding” y “Hot in the City”. Era el inicio del reinado de un nuevo tipo de rebelde: tan punk como seductor, tan callejero como sofisticado.
Pero la verdadera coronación llegó un año después con Rebel Yell (1983). Idol y su inseparable guitarrista Steve Stevens crearon un álbum que definió la década. “Eyes Without a Face” y “Flesh for Fantasy” mostraron su lado más melódico, mientras “Rebel Yell” se convirtió en un himno generacional, un grito de guerra que aún hoy suena con la misma rabia juvenil. En los videoclips, Billy era puro magnetismo: cuero, fuego, motos y un gesto desafiante que nadie más podía imitar.
Los años siguientes lo encontraron experimentando. Whiplash Smile (1986) llevó su sonido hacia terrenos más electrónicos y oscuros, y Charmed Life (1990) lo trajo de vuelta a la cima con “Cradle of Love”, himno de MTV y símbolo del exceso visual de la época. Pero tras un grave accidente de moto y los excesos propios del rock, Idol entró en su etapa más incierta.
En 1993 lanzó Cyberpunk, su disco más arriesgado: un experimento digital, futurista, incomprendido en su momento pero visionario en su estética cibernética. El álbum no tuvo éxito comercial, pero anticipó la relación entre música y tecnología que dominaría los años siguientes. Luego vino el silencio, las sombras y la reinvención. Doce años después, Idol regresó con Devil’s Playground (2005), un álbum de hard rock puro que recordaba por qué su nombre seguía siendo sinónimo de energía. Y en Kings & Queens of the Underground (2014) mostró un costado más humano, reflexivo, casi confesional. Allí, entre recuerdos y guitarras, Billy miraba hacia atrás sin renunciar a su rebeldía.
En los últimos años, con los EPs The Roadside (2021) y The Cage (2022), Idol ha demostrado que su fuego no se apaga. Canciones como “Bitter Taste” lo muestran más introspectivo, consciente del paso del tiempo, pero todavía con la misma voz rasposa y desafiante que lo hizo leyenda.
Hoy, cuando Billy Idol vuelve a Chile, el próximo 8 de noviembre de 2025 en el Movistar Arena, como parte de su gira It’s a Nice Day To… Tour Again!, no solo regresa un músico: Vuelve un sobreviviente de su propia época: un artista que tomó el punk y lo convirtió en espectáculo, que desafió las modas y el tiempo, y que sigue, con medio siglo de carrera, recordándonos que el rock no muere… solo se reinventa con una sonrisa torcida y un grito de rebeldía. Las entradas se encuentran disponibles a través del sistema Puntoticket. https://www.puntoticket.com/billy-idol-live-scl-2025
