Por Jorge Fernández.

Cuando uno fija la mirada en Europa, particularmente en la región escandinava, a nuestra cabeza se viene un ambiente gélido, ordenado y súper desarrollado, donde todo funciona como reloj infranqueable y aburrido. Esto último, en gran medida, por la envidia poco sana de quienes observamos desde fuera. No obstante, de un tiempo a esta parte, esa sensación se entrecruza con un aire espeso, seco y sangriento. Asesinatos que afloran por entre sus verdes bosques y pueblos que parecían tranquilos, transformándose en los protagonistas de actos criminales de gruesa envergadura. El culpable de este torbellino de emociones fragmentadas no es otro que el llamado Scandi Noir, género basado en casos policiales que se desarrollan dentro de dicha región y que muestran el lado oscuro de países que nos tienen acostumbrados a brillar. A su manera, esta también es una forma de brillar, por cierto, y es lo que hace que una serie como Borderliner nos atrape desde el primer momento y no nos suelte hasta el final.

Dos detectives: Una mujer y un hombre. Dos lugares: Una ciudad y un pueblo. Dos casos: corrupción policial y asesinato. Así es como se va tejiendo el argumento. Nikolai es un detective que vive en Oslo (Noruega) y que intenta destapar una situación truculenta de un compañero de trabajo. Luego de hacer la denuncia, intenta refugiarse en su pueblo para descansar, pero se encuentra de lleno con un escabroso asesinato. Todo es normal dentro de una trama típicamente detectivesca si no fuera porque ambos hechos coinciden en líos familiares que rodean al protagonista y es precisamente en este momento donde entra en el juego el personaje externo: La tenaz detective Anniken, encargada de esclarecer lo que cada vez se torna más difuso. Nikolai y Anniken caminan en la misma dirección, pero en veredas diferentes, y es eso lo que logra el atractivo más grande en Borderliner.

La idea de la serie es romper prejuicios y alejarse del asesinato urbanizado para enfrascarse en la búsqueda de las tumbas entre la naturaleza misma, esa que parece tranquila y atractiva, pero que, sin previo aviso, se torna hostil y sanguinaria. Los personajes también rompen los moldes, aunque hay una bullada carga de personajes arquetípicos de pueblo que instalan la cotidianeidad de manera natural y pasmosa. Y como toda trama de Género Negro, más importante que el quién y el dónde, es el por qué, encargado de dejar en evidencia las aguas turbias que se esconden en las cloacas de la sociedad.

Ocho episodios (Disponibles en Netflix) tiene la producción de 2017. El pueblo donde suceden la mayoría de las acciones es noruego y está en la frontera con Suecia. De ahí el título remasterizado (Originalmente se llamó como el lugar, Grenseland), donde hay una frontera que se cruza, tanto de manera física como en la mente de los personajes.

Borderliner es una muy buena serie para introducirse a este policial negro escandinavo que viene arrastrando marcas desde Mankell (Detective Wallander) y Larsson (Saga Millenium) hasta un grueso cargamento de nuevas apuestas fílmicas provenientes no sólo de Noruega y Suecia, sino también de Dinamarca, Islandia y Finlandia.