El cantar de Violeta: Vale más en este mundo ser libre de sentimientos
Teatro Nescafé de las Artes, 8 de marzo 2017.

Por Jorge Fernández.
Fotografía por Javier Valenzuela.

Existe en la Literatura la disquisición imperante de separar la realidad de la ficción. El autor, poeta o músico disfraza su persona para transformarse en un ser distinto al que tendríamos que conocer. Nosotros como receptores tendemos a aunarlos en una sola figura, pero la realidad es otra, porque lo que se hace en el mundo paralelo de la ficción no puede asociarse directamente con las vivencias y experiencias personales. Se pueden acercar o alejar de sobremanera, pero nunca serán lo mismo.

De cuerpo entero

Lo que logra Violeta Parra es precisamente tirar por la borda la máxima antes presentada. Es imposible escuchar su música sin ver su reflejo en el espejo de la armonía. No se puede concebir una composición suya sin la partitura de su propio corazón. Hay en sus letras esa ficción hecha realidad, ese contrapunto disonante entre lo que debió ser y lo que fue.

Después de vivir un siglo

Este es un año especial, pues se conmemora el centenario de su nacimiento y la agenda de tributos hacia nuestra máxima cantautora nacional estará recargada de espectáculos de alta gama. Es por eso, que abrir los fuegos de celebración con una majestuosidad interpretativa como la que se vio en “El cantar de Violeta”, evento realizado en el Teatro Nescafé de las Artes, nos da claros indicios de que se vivirán momentos difíciles de olvidar.

Cuando se muere la carne, el alma busca su sitio

Un cuarteto de cuerdas, un contrabajo y una flauta traversa ornamentaban de talento el fondo de la escena. Delante de ellos, se instalaron tres tremendas y talentosas intérpretes: Elizabeth Morris, Francisca Gavilán y Magdalena Matthey, quienes, con absoluto ímpetu y admiración, hicieron renacer el alma y el espíritu de la Violeta.

Para mi tristeza violeta azul, clavelina roja pa´ mi pasión

En un concierto a Violeta nunca quedaremos del todo conformes. Primero, porque quien está arriba no es precisamente ella y no podrá haber jamás nadie que se le iguale. Como segundo punto, porque es prácticamente imposible poder tocar, en un solo concierto, todos los grandes éxitos que su nutrida carrera nos obsequió. Sin ir más lejos, dentro de las veintiuna canciones que escuchamos se extrañó, por nombrar algunas, “Run Run se fue pa´l norte”, “Miren como sonríen” y esa magnificencia que lleva por nombre “El Gavilán”.

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Sin embargo, debemos destacar que la brevedad percibida por nosotros los asistentes, se debió precisamente a la catarsis que el espectáculo nos proporcionó. La interpretación de Francisca Gavilán, la fuerza de Magdalena Matthey y toda la calidad vocal y musical de Elizabeth Morris, fueron artífices para coronar el día en conmemoración de la mujer con una puesta en escena glamorosa y espectacular.

Qué pena siente el alma

Tres cuerpos y cuatro almas sellaron la noche con tres patitas de cueca, interpretadas por las diferentes voces protagonistas. La reiteración innecesaria de “La Jardinera”, debió haber quedado exenta. El público había pedido otra más y la algarabía del trío dejó relucir sus ganas de seguir tocando pese a que el repertorio había terminado, lo que, sin embargo, no opacó el ensimismamiento que el concierto, a nivel global, había impregnado en los espectadores.

Todo cubierto de negro

Las luces se encendieron y los músicos desaparecieron. La gente se aglomeró en la puerta de salida con un temblor de labios. Infructuosamente, intentaron hacer que sus cuerpos dejaran de temblar. Violeta ya no estaba ausente. Violeta se nos apareció en gloria y majestad. El teatro quedó vacío y las luces se apagaron por completo. Ya ni siquiera quedaba el recuerdo y la nostalgia, pues todos los sentimientos se fueron en el camino a casa de cada uno de los allí presentes.