El maestro chileno del piano se presenta este domingo 14 de noviembre en el Nescafé de las Artes con un homenaje a Armando Manzanero. A sus 78 años, este gran embajador de nuestra cultura se mantiene más activo y vigente que nunca, siempre interpretando tanto la música docta, como el repertorio popular que tanto lo ha acercado a la gente.

A través de su extensa carrera, sus dedos han acariciado los pianos de las salas de concierto más importantes de todo el mundo, tocando las obras más complejas y desafiantes de grandes compositores clásicos. Sin embargo, él persistentemente ha estado también muy conectado con la música popular y con las expresiones latinoamericanas. Ese sello, y su genuina convicción de que también debe cumplir un rol social como músico, también lo han puesto en escenarios modestos y recónditos de nuestra intrincada geografía. Y también en momentos históricos de nuestro país, como cuando fue parte de la ceremonia de inicio de la transición a la democracia en 1990.

Tuvimos el honor mayúsculo de entrevistarlo y escuchar la sabiduría de sus palabras. El solo ejercicio de prestar atención a sus relatos, son una gran fuente de aprendizajes e inspiración

Este domingo estará en el Nescafé de las Artes, presentando un homenaje a Armando Manzanero. ¿Cómo ha sido el proceso para preparar este espectáculo, en medio de estas condiciones especiales que vivimos con la pandemia?

Este homenaje empezó realmente durante la pandemia, en un programa de conciertos online de boleros que hicimos con la Corporación Cultural de Las Condes. Este es el primer concierto presencial en homenaje al maestro Manzanero, quien ya va a cumplir un año de fallecido. Él murió en diciembre de 2020 por el Covid-19. Ahora se dio la posibilidad de ensayar también. Piensa que somos ocho y es difícil encontrar un lugar para ensayar con tantas personas. Afortunadamente ya estamos de vuelta en el Teatro Nescafé, que es como mi segunda casa. El otro día me contaron que este será mi concierto número 18 en ese escenario. Así que estamos contentos de poder realizar este homenaje al maestro por el cual yo tengo un enlace interno muy importante a través de su música. Admiro mucho su manera de armonizar. Es muy hermosa y me llega mucho. Me pone mariposas en el estómago.

¿Tuvo la posibilidad de trabajar musicalmente con él?

 No, pero sí lo conocí, fuimos cercanos. Cuando estuvo en Santiago le regalé mi disco Bolero de 2016. Después me invitó a México junto con Monserrat Prieto, la violinista, a tocar al teatro Roberto Cantoral, un teatro maravilloso. Y a la sede de la Sociedad Mexicana de Compositores. Entonces él me presentó allá, hicimos el concierto, conversamos y tuve oportunidad de ahondar un poco más en algunas preguntas que tenía pendientes con respecto a ciertos boleros que me habían causado mucha conmoción interna. Así que he tuve una hermosa relación con él de poco tiempo, porque él era una persona muy querible. Muy sencillo. Bueno para bromear y reírse de sí mismo también.

¿Qué podrá ver el público este domingo?

Llevamos como 10 u 11 temas de Don Armando y el resto de los boleros que se combinan con los chicos de La Flores del Recuerdo son de Demetrio de Portillo de la Luz, María Graiver, Chico Novarro, los tradicionales. Es un programa muy emotivo el tema, es muy bonito. Muchos de los cuales de Manzanero no son muy conocidos por el gran público.

Este año vimos que en las plataformas de Streaming se lanzó un disco homenaje a Manzanero. ¿Cuándo y cómo se grabó ese material?

Se grabó este año en el Salón Luksic del Campus San Joaquín de Ingeniería en la Universidad Católica y en un piano fantástico. Yo he hecho cuatro discos ahí, el piano que tienen es realmente una maravilla. Grabamos todos juntos, en directo. Sin retoques. Se graba dos veces cada tema y te quedas con uno.

Viniendo de la escuela clásica, ¿qué lo mantuvo siempre tan cerca de la música latinoamericana?

Primero que todo, el hecho de que mi mamá tocaba el piano y tocaba música popular, siempre me tuvo cercano a esa música. Ella estudió, pero no pudo seguir la carrera, pero siempre estuvo tocando música. Entonces en mi casa sonaba todo el tiempo el tango, el bolero. También me gustaba mucho la música de las películas que ella me llevaba a ver. Y también estaban las canciones de Los Platters y de los Cuatro Ases. Así que luego sacaba todo eso de oído y se lo tocaba a mis pololas de turno. Me gusta por igual la música docta que la popular. Y mira, los chicos de La Flor del Recuerdo, que tocan conmigo los boleros, son todos músicos clásicos. En la mañana están estudiando Mozart y en anoche están tocando boleros.

 Antes era más ortodoxa la división entre lo docto y lo popular, pero mucho antes. Yo en los ochenta ya estaba grabando discos en Abbey Road de Londres con canciones de Violeta Parra, Victor Jara, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Eran tiempos en que aquí en Chile yo vendía más discos que Julio Iglesias.

 Y bueno, ahora estamos con Manzanero, pero venimos de hacer tres conciertos a tablero vuelto homenajeando a Astor Piazzola. Y luego, viene un programa con Bach, Vivaldi, Händel y Caccini de música barroca. Así que nos paseamos por muchos repertorios.

¿Sentimiento o destreza?

En el mundo moderno, hace años ya, hay una obsesión por la brillantez mecánica. Como toda esa generación de chinos y coreanos que andan por ahí. Se priora la excelencia técnica, pero muchas veces el espíritu no está ahí. Recuerdo una vez, visitando la Academia Eisler en Berlín, la decana de piano me llevó a un recital de alumnos. De diez participantes, siete eran asiáticos. Y me decía que el problema de ellos es que pueden tocar muy bien, pero no logran captar el espíritu de Beethoven, de Mozart o de Schubert. Y por mucho que estudien en los mejores conservatorios de Europa, no lo agarran. No está en sus genes, no está en su cultura. Por supuesto, siempre hay grandes excepciones.

 Yo me enojaba mucho con mis alumnos en España luego de que salíamos de ver a un pianista. Ellos salían impresionados por la destreza técnica. Yo les decía “qué lástima, deberían salir emocionados”. Una gran diferencia entre la impresión y la emoción.

¿Cómo recuerda su participación en el primer encuentro del presidente Patricio Aylwin con el pueblo chileno en el Estadio nacional, el 12 de marzo de 1990?

Eso fue muy emocionante. Don Patricio junto a la señora Leonor crearon la cancha de un Estadio Nacional repleto. Y partimos ese momento con “Te Recuerdo, Amanda” de Víctor Jara. Subí por uno de los túneles, me senté al piano y todo el mundo estaba llorando de emoción. Fue muy emotivo, porque además yo estaba vetado en la televisión.

¿Y por qué le prohibieron la entrada a Chile hasta 1979?

Estuve seis años en Inglaterra. Yo no era militante político. El golpe de estado me pilló allá, y me manifesté inmediatamente contrario a las violaciones a los derechos humanos en Chile. Luego al año siguiente hice un concierto a la memoria de Víctor Jara y la recaudación se la enviamos a la Vicaría de la Solidaridad. Siempre he querido estar del lado de las causas en que siento que he debido ayudar. Y bueno, fui integrado a una lista de personas con la categoría “L”, con el pasaporte limitado. El cónsul en Inglaterra se sentía incómodo, algo avergonzado de pasarme el pasaporte con esa “L” encima. No podía entra a Chile. Eso fue muy violento en su momento. Los que quedaban con esa categoría, se supone que eran personas que viajaban por Europa recolectando dinero para derrocar el gobierno de Pinochet. Y yo los emplacé, les pregunté de dónde sacaban que yo estaba haciendo eso. Así que luché por poder volver a entrar nuevamente.

Usted ha sido un ciudadano del mundo. ¿No pensó arraigarse en otros países en lugar de volver acá donde las condiciones eran tan adversas?

Es que soy una persona 100% chilena, completamente arraigada aquí. Y he tenido varias situaciones que me lo han recordado siempre. La cercanía con la gente, el haber tocado en todos los pueblos que te puedas imaginar. ¡Me han mandado varias veces a la punta del cerro, y también he tocada en la punta del cerro! Es una historia rica en emociones.

Hay un momento que me marca mucho en el año 1981, cuando visito la tumba de Gabriela Mistral. Y ahí está escrita la frase que me dio un norte: “Lo que el alma hace por el cuerpo, es lo que el artista hace por su pueblo”. Ahí me llegó el mensaje, fuerte y claro. A partir de ahí, me di cuenta de que yo era más útil aquí que en salas en otras partes del mundo. Había mucho trabajo que hacer aquí. Y lo sigue habiendo.

La pandemia demostró el desamparo de los músicos en esta situación tan extrema.

La música fue un gran apoyo para la gente. Por primera vez nos sentimos muy necesarios. Y por eso fue muy injusto, sobre todo aquí con este gobierno, que no le dio ningún tipo de ayuda para los músicos. Cero.

¿Cómo fue la experiencia de ser alumno del maestro Claudio Arrau?

A los 15 años me llevaron a Nueva York para verlo por primera vez. Estuve allá tres meses, tuve unas 8 clases en la casa de Arrau. Después nos volvimos en Polonia y fijamos un calendario de que cuando él tuviera tiempo en algún país, él me iba a escuchar. Literalmente, tuve clases con él por todo el mundo. La última clase con él, la tuve en 1979. Él me escuchaba y me daba consejos finales sobre la partitura que ya estaba aprendida y memorizada. Él insistía mucho en el respeto a la partitura y en buscar la esencia del compositor. Era bastante estricto en eso. Una vez le cuestioné algo de forma muy ingenua, diciéndole que cierto pasaje de una obra de Beethoven, en Rusia se tocaba de otra manera. “No me discuta, mijo”, me dijo. “Me tomó 30 años entender el sentido de esta sonata”. Yo era un estudiante de 26, de qué estamos hablando…