Por Johanna Dagnino.

Siempre es difícil hablar de discos que te han marcado personalmente sin dejar al lado al fanático que llevas adentro. Eso me pasa cuando se trata de Core de los Stone Temple Pilots, simplemente es un disco que llegó en el momento preciso de mi vida y que se convirtió en parte fundamental de mi soundtrack vital. A través de sus doce temas, no hay canción que no haya compartido conmigo algún momento trascendental y que, sin darme cuenta, se haya convertido en una suerte de columna vertebral de la identidad que hoy en día cargo.

Haciendo un poco de historia, Core es el primer disco de estudio de la banda norteamericana que, entonces, estaba conformada por Scott Weiland (voz), Dean DeLeo (guitarra), Robert DeLeo (bajo) y Eric Kretz (batería). En su tiempo, el disco no fue recibido con los brazos abiertos por la “crítica especializada”; fueron acusados de clonar a las bandas Grunge del momento y, particularmente, acusaron a Scott Weiland de tener fuertes ecos a Eddie Vedder. Era 1992, un año tremendo para el rock alternativo que se consolidaba con sonidos que marcarían la identidad de una generación. El año anterior aparecía Nevermind de Nirvana y ese mismo año lo siguió el segundo disco de estudio de Alice in Chains, Dirt (disco con el cual Core comparte fecha de lanzamiento por esas cosas del destino no tan azaroso). Sin embargo, lo que dijo la crítica no lo dijo el público: el debut de los Stone Temple Pilots tiene a su haber más de 8 millones de copias vendidas en EEUU y haber obtenido 8 discos de platino certificados por la RIAA (Recording Industry Association of America). Incluso, la banda alcanzó el tercer puesto en el Billboard Album Chart y el premio MTV de la edición del ’93 para Mejor Artista Nuevo. Sobre las acusaciones de falta de originalidad que sufrió la banda con su debut, el tiempo supo demostrar lo equivocados que estaban estos “especialistas”: Core es el disco con sonido más grunge que sacaron los californianos, pensando que a éste le seguirían Purple y Tiny Music… y es considerado como uno de los mejores debuts de la época.

Este año, Core cumple 25 años y la mejor forma que puedo imaginar para celebrarlo es sacar el disco una vez más y escucharlo de principio a final: simplemente es un disco tremendo que no tiene puntos bajos y que, con su potencia y brutal honestidad, ha logrado convertirse en una obra inmortal. Así es como este año para celebrar este aniversario se reedita una versión deluxe que incluye más de dos horas de material inédito. Dentro de todo, el material que incluye demos y sesiones en vivo, aparece un verdadero regalo cuando se están por cumplir dos años de la muerte de Weiland: “Only Dying”.

Este tema fue pensado para la cinta “The Crow” (1994), sin embargo, decidieron dejarlo a un lado tras la muerte en el set de su protagonista Brandon Lee, quien recibió el impacto de una bala calibre .44 en lugar de un disparo de fogueo. Sobre el tema, Dan DeLeo (en conversación con la revista Rolling Stone) plantea que “es una canción donde no creo que hayamos alcanzado nuestro máximo potencial como compositores, pero, honestamente, es en verdad una bella canción”. Asimismo, Kretz planteó en la misma entrevista que “es genial escucharla ahora, puedes identificar todos los elementos de STP… es un gran indicador inicial sobre el dónde se dirigía la banda”.

Lo primero que hay que destacar de este disco es la fuerza única de la voz de Weiland que construye magistralmente cada tema presente y que se pasea por una variedad de tonos e intensidades que sólo demuestran que su talento era único. El inicio es brutal: una voz rasposa amplificada por un megáfono y acapella resuena en nuestras cabezas con la icónica frase “I am smellin’ like the rose that somebody gave me on my birthday deathbed”. No hay persona que haya vivido los ’90 que no reconozca esa primera línea, la que luego sería acompañada con fuerza por la caja de la batería de Kretzy las cuerdas que no perdonan de los hermanos DeLeo. A “Death & Bloated” le siguen otros dos temazos marcados por la intensidad de su sonido y de sus letras: “Sex Type Thing” y “Wicked Garden”. La primera es un golpe brutal para hablar de forma cruda sobre la violación. Con frases que te caen como un golpe en la cara, del tipo: “You wouldn’t want me have to hurt you too?” y “I said you shouldn’t have worn that dress”; acompañadas de un riff potente (por atribuirle algún calificativo, porque pocas palabras se pueden usar para hablar de su fuerza), “Sex Type Thing” se convirtió en el primer single del disco y su video alterna imágenes de cadenas, cuerpos y angustia que transcurren frente a la normalidad de los instrumentos. Por otra parte, con “Wicked Garden”, Weiland se luce con una letra que nos habla de la pérdida de la inocencia y la pureza, y con el talento musical de los hermanos DeLeo logran atravesarte con preguntas puramente humanas y trascendentales: “Can you feel pain inside?/ Can you love?/ Can you cry?”.

Para calmar las aguas, viene una de esas rarezas, lujos, que se permitió la banda: “No memory” es un interludio perfecto para el sonido de su sucesora “Sin”, un ensamble perfectamente ejecutado. Esta última habla de las malas relaciones y, se dice, fue escrita por Weiland pensando en una relación poco sana que mantenía Robert. Con “Sin” la banda deja claro que se pueden mezclar guitarras con un sonido pesado y luego insertar momentos más suaves para volarte la cabeza: un clásico perenne cuyo solo de guitarra me resulta simplemente alucinante. El sexto tema de Core es “Naked Sunday”, una canción llena de rabia que se refleja nuevamente en su intensidad musical y una voz que vuelve a tomar el megáfono para dirigirse a Dios y preguntarle: “Who will be my judge and which one do I trust?”. La premisa es clara: después de todo el sufrimiento que aparece en el camino, cuando llegue la muerte y seamos polvo, ¿en quién se puede confiar?

El alivio a tanta rabia viene con un bajón de antología: “Creep”, el séptimo del debut, ícono de una generación que peleó título con la homóloga de Radiohead (1993). Éste fue el tercer single del disco, y su video presenta al tema modificado, con versos que fueron recortados y con leves modificaciones en el cómo Scott la canta. De todos modos, la belleza de este tema, la nostalgia y la angustiosa sensación de sentirse entre medio de etapas, dominado por la apatía y sin poder encajar hacen que sea no sólo tremendo, sino que un himno para toda una generación que se sintió de la misma forma. Mezcla perfecta de un sonido más acústico y una letra oscura: “I’m half the man I used to be/ This I feel as the dawn/ It fades to gray”.

Es el turno de “Piece of Pie”, tema que a menudo es interpretado de las formas más diversas por quienes la escuchan, abarcando teorías que incluyen un asesinato en masa y el abuso de drogas de Weiland. Personalmente, el tema para mí habla del valor de ser ajeno y aun así pararse en la primera línea a dar cara, el descaro y la furia de decir “aquí estoy”: “It’s staring me down/ Wearing a crown of apathy/ I’m standing around/ Dressed like a clown/ Don’t know my name/ You know where to find me”. Sobre el noveno tema de Core hay pocas palabras que puedan decirse: Si hubo críticas a STP que los acusaron de poco originales, todo quedaría silenciado de forma lapidaria para el ’94 cuando la banda consigue el Grammy a Mejor Interpretación de Hard Rock con “Plush”. Es un temazo, no hay otra forma de definirlo: la potencia de la voz de su vocalista, el ritmo que puede acompañarte durante todo el día en la cabeza y una historia fuerte como todo a lo que nos acostumbró las letras de Weiland eran la mezcla perfecta para callar a esos “especialistas de la música” y permitirles a los californianos sembrar un legado innegable. El origen de “Plush” se encuentra en una crónica negra de su natal San Diego: la desaparición de una chica que sería hallada muerta por la policía local. Una canción única, así de simple.

Para ir cerrando el disco, viene toda una experiencia. Lo primero sería “Wet my Bed”, un punto extraño que es difícil de describir y en donde una voz completamente fuera de sí balbucea frases aleatorias y poco conectadas. Juegan con la percepción, bajan las revoluciones, nos presentan al modelo de junkie y se ríen en la cara de nosotros: irreverencia y honestidad en un minuto y medio que te deja marcando ocupado para luego abandonarte en los dos últimos temas del disco. El final es dorado: “Crackerman” y “Where The River Goes”. La primera es un tema esencial, de esos que te mueve el cuerpo entero y que te impulsa saltar, agitarte, salir de tu eje. En mi opinión, nadie puede usar un megáfono como lo hacía Scott Weiland y “Crackerman” es la prueba fehaciente de esto. La paranoia y el desenfreno de una canción donde los protagonistas son un dealer y las ganas de asesinarlo terminan por meterse dentro tuyo y hacerte cantar sin darte cuenta “Roamin’, roamin’, roam/ Get away, gotta get away”: es inevitable, la rebeldía de la canción se refleja hasta en el cómo se niega a dejarte. En cuanto a “Where The River Goes”, es un mundo aparte: más de ocho minutos que expresan perfectamente la esencia de este disco, la potencia de la banda, sus letras rebeldes e indomables, los sonidos que te golpean y te mecen a su ritmo. Tal como dice el tema, “sing the song or keep it inside”: la vida para mí es como esta canción, ir simplemente a donde ésta te lleve, querer ser grande como una montaña. El tema está marcado por la llegada de Dean DeLeo para ocuparse de la guitarra. Su impacto fue tan demoledor que el mismo Weiland expresó en si biografía el 2001 que “para nosotros (STP), Dean tocando era tan grande como una montaña y tan alto como el sol”. Es la canción para fluir, pero con una determinación avasalladora e incontrolable.

Trece años han pasado desde que escuché por primera vez este álbum y veinticinco desde que fue lanzado al mundo. La llegada de Core y de los STP a mi vida estuvo marcada por hechos fortuitos y fatales, sin embargo, llegó a mí para quedarse. Sobre Core no hay mucho más que decir: es un disco redondo, de esos que uno puede escuchar perfectamente sin saltarse ninguna canción. Un disco que refleja la identidad de una banda y que marcó, a su vez, la identidad de quienes pudieron crecer con él.