Por Jorge Fernández.

Y el premio al mejor actor 2020 es para Adam Sandler. El público grita enardecido, los aplausos se repiten y un nervioso actor sube al escenario entre choques de manos y sonrisas varias. La imagen no es un sueño ni una ilusión. Ocurrió realmente en febrero pasado en la hermosa ciudad de Los Angeles, California. Es cierto, no Fue en medio de los premios Oscar, pero si estuvo muy cerca de ello. Adam Sandler ganó el premio a mejor actor en los Independent Spirit Awards que se celebran en la costa del balneario californiano llamado Santa Mónica, ese mítico lugar donde llega Forrest Gump y el mismo en que Baywatch hacía de las suyas en una arena con aroma noventero.

Su discurso fue intenso. Humorada tras humorada con cambio de voz incluida y pachotadas varias a las caras bonitas que estarían en los Oscar al día siguiente. El público reía a carcajadas con sus intervenciones y a todos nos parecía que el Adam Sandler del escenario era el mismo de comedias simplonas a las que nos tenía acostumbrados. Sin embargo, el premio no fue por una interpretación hilarante y de humor fácil, sino todo lo contrario. El rol que le tocó encarnar fue duro, irritante, agotador y tremendo, pero esta falla en la matrix ¿Es realmente suficiente para consolidarlo como actor?

Diamantes en bruto se llama la cinta a la que hacemos referencia. Se estrenó en cines a finales del 2019 y rápidamente fue adquirida por Netflix a principios de este año que, a esas alturas, aún parecía normal. La película está dirigida por los hermanos Safdie (Good Time) y protagonizada por el susodicho actor y trata de un judío ludópata lleno de deudas en derredor quien, si bien podría zafar de algunas con leves destellos de suerte a su favor, comete error tras error por culpa de su inevitable condición.

Hay que partir de la premisa de que hay un guion sólido y que detrás de cámara hay gente que sabe lo que está haciendo. La trama es entretenida y angustiante a la vez, lo que hace que permitas que las más de dos horas avancen de modo vertiginoso y no forzado. Poco a poco, se ve cómo el protagonista sale a la superficie a respirar y termina sumergiéndose una vez más. No obstante, nada está escrito. La sucesión de hechos no necesariamente te lleva al sentido lógico ni tampoco al más impensado. Las cosas simplemente suceden porque en ese momento tienen que suceder, no porque hay ajustes a partir de historias revisitadas que comúnmente dan con el tono pertinente. Y es que eso hace del cine independiente una fuente provechosa de consumo, porque si bien, se mueven cantidades exorbitantes de dinero, las aspiraciones son menos portentosas y masivas que las grandes producciones.

Howard Ratner, el personaje de Adam Sandler, en un principio era Jonah Hill, pero como muchas veces sucede, el tiempo y las aspiraciones hacen que los pensamientos iniciales cambien. La verdad es que no me imagino a Hill interpretando este rol, aunque para ser sincero, tampoco me hubiese imaginado a Sandler haciéndolo y la verdad es que dio con la tecla justa, tanto como para decir que le hizo bien al personaje y que este deambuló por un torbellino nebuloso convincente y fidedigno, pero no nos pisemos la capa entre superhéroes. Esto no lo reivindica como actor de categoría. Ni su pastosa voz emulando los mejores momentos de Al Pacino ni sus acentos remarcados poco creíbles. Aquí hay un paso, pero le falta subir escalones y la cima parece más lejana que este tardío golpe de suerte.

El que la sigue la consigue es un dicho bastante popular que aquí calza perfectamente. Sandler ya tomó la posta y se hizo notar como un actor más versátil, pero tiene una cantidad de deudas impagas que con esta interpretación aún no logra saldar. Ahora bien, depende de él, si quiere pagar parte de su deuda o sube la apuesta y sigue intentando quedar libre de morosidad. La realidad y la ficción se mezclan una vez más para saber realmente si el personaje y el actor tienen claridad de cuál será su jugada más acertada.