4 de julio 2025.

Por Sophia Oyarce
Fotografías por Angélica Rivas.

Hay bandas que no solo representan una época, sino también un lugar. En Chile, hay pocas que encarnen tan bien esa mezcla entre identidad, memoria y territorio como Los Bunkers. Su música no solo fue parte del despertar musical de una generación: fue el eco de pasillos escolares, de tardes con guitarra en el garaje y de tocatas en bares cargados de humo y promesas. Por eso, el anuncio de una residencia de Los Bunkers por once noches en el Teatro Biobío —como parte de su MTV Unplugged Tour— se sintió como algo más que una parada en la gira: fue un gesto hacia la raíz, un reencuentro con el lugar donde todo comenzó.

El teatro, con funciones agotadas desde los primeros días de venta, no tardó en llenarse de una energía única. Se notaba que no era un público más. Eran rostros marcados por los años, algunos que los habían seguido desde sus inicios, otros más jóvenes que heredaron la admiración. Todos esperaban con la misma emoción. El silencio previo fue tan tenso como sagrado. Las luces bajaron y por un momento el escenario se volvió un abismo oscuro. Entonces, el telón se abre: Mauricio, Álvaro, Gonzalo, Francisco, y Cancamusa salieron al escenario y la ovación fue total.

“No me hables de sufrir” abrió la noche, y con ella quedó claro que no venían a cumplir una rutina. Venían a entregar una experiencia. La escenografía, fiel al lenguaje visual del Unplugged, era sobria y acogedora. Con un telón de arpilleras —que evocaban, sutilmente, una tradición de lucha y memoria en la historia chilena—, todo estaba pensado para crear un ambiente íntimo que transportaba a un pasado no tan lejano, donde la banda tocaba en pequeños locales con la misma pasión que hoy lleva a escenarios internacionales. A lo largo de las funciones, la puesta en escena también fue evolucionando: se incorporaron elementos visuales, cambios de iluminación y sutiles variaciones en la disposición del escenario que permitieron darle a cada noche un carácter único. Nada fue al azar. Todo parecía hablar de un cuidado minucioso por el detalle y por mantener viva la emoción, incluso para quienes asistieron más de una vez.

Cinco canciones después comenzó a sonar “Calles de Talcahuano”, un homenaje a ese paisaje emocional compartido. No era solo una canción, sino un gesto de pertenencia, una forma de decir: aquí estamos, y seguimos siendo parte de este lugar. En ese momento, lo acústico no fue sinónimo de calma, sino de cercanía, de intensidad contenida. La icónica canción “Llueve sobre la ciudad”, actuó como catalizador emocional gracias al sonido de las cuerdas de violines, viola y violonchelo. En ella se condensó una melancolía colectiva. Las letras, que siempre han sido espejo de sentimientos profundos, aquí adquirieron un peso adicional. El público —callado, atento, conectado— escuchaba como si esa canción hablara por todos los recuerdos que alguna vez flotaron en el aire húmedo del sur.

El repertorio recorrió distintos puntos de su trayectoria: “Rey”, “Ven aquí”, “El hombre es un continente”, “Bailando solo”, todas reformuladas en un formato acústico que no restó fuerza, sino que sumó matices. La voz de Álvaro López, sólida y emocional, navegaba con elegancia entre la calidez del formato y la potencia emotiva de las letras. Aunque las intervenciones entre canciones fueron mínimas, cada palabra que Álvaro o Mauricio dedicaron al público fue honesta, agradecida y precisa. A veces no hace falta hablar mucho cuando las canciones lo dicen todo. Y eso ocurrió durante toda la noche: una comunicación fluida, sin filtros, que unió a la banda con su gente en un mismo latido.

Lo más potente de esta residencia no fue el despliegue técnico, ni siquiera la calidad interpretativa —que fue, como siempre, impecable—, sino la dimensión simbólica del encuentro. No es común que una banda de este calibre regrese así, con este nivel de entrega, a tocar once noches en el mismo escenario. Lo hicieron porque sabían lo que significaba. Porque sabían que aquí, más que en cualquier otra ciudad, las canciones vibran distinto.

Este regreso fue más que un concierto: fue un acto de amor, una ceremonia de reconocimiento mutuo. Y aunque el MTV Unplugged se grabe, se distribuya y se escuche en todo el continente, hay algo que quedará solo en esas noches en el sur. Algo que no puede capturar una cámara ni una transmisión. Algo que solo entienden quienes han caminado esas calles, quienes alguna vez cantaron sus letras como si fueran propias, quienes aún sienten que esas canciones siguen contando su historia. Porque hay cosas que solo pueden suceder en casa. Aunque no se nombre, todos sabíamos dónde estábamos.

Setlist:
Charagua (canción de Inti‐Illimani)
No me hables de sufrir
Yo sembré mis penas de amor en tu jardín
Las cosas que cambié y dejé por ti
Bajo los árboles
El necio (Silvio Rodríguez cover)
Calles de Talcahuano
Canción para mañana / Al final de este viaje en la vida
La exiliada del sur (Violeta Parra cover)
Me muelen a palos
Entre mis brazos
Rey
Let ‘Em In (Wings cover)
Llueve sobre la ciudad
El hombre es un continente
Si estás pensando mal de mí
Quién fuera (Silvio Rodríguez cover)
Sur
Noviembre (Oscar Arriagada’s El twist del esqueleto snippet before the song)
La velocidad de la luz
Una nube cuelga sobre mí
Quiero dormir cansado (Emmanuel cover)
Nada nuevo bajo el sol
Miño
Ven aquí (Con Intro de «Un año más» de La Sonora de Tommy Rey)
Bailando solo / Heart of Glass


 

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