«Los que vinieron antes» en Teatro Ictus: Somos todos nuestros antepasados
4 de mayo 2017.

Por Nicolás Morán.
Fotografías por Leonardo González.

¿Alguna vez les ha ocurrido que algo los remueve hasta la raíz, y cuando intentan explicarlo, las palabras simplemente les parecen hasta insuficientes? Pues bien, eso es lo que ocurrió anoche en el Teatro Ictus. Decirles que la obra “Los que vinieron antes» tiene la estructura de una obra convencional, sería mentirles. Bajo ningún punto de vista se van a topar con una obra como las que estamos acostumbrados a ver, porque, de hecho, nunca verán dos veces el mismo espectáculo.

Al entrar al teatro, hay una grabación en 3 idiomas (español, inglés y francés) que nos habla sobre cómo el tiempo es nuestro y que podemos pasar al escenario, ya que nosotros somos parte de la obra. Hay muchos objetos cotidianos con pequeñas placas, en las que el director nos cuenta que son objetos personales de su familia y lo que representan para él. Además está preparada una mesa improvisada con vasos vacíos, jarras con agua y botellas de vino, pero lo que más llama la atención, es que hay un telón para realizar proyecciones.

Cuando tomamos asiento, sale el director, Ítalo Gallardo, quién nos conversa sobre los conceptos de tiempo, distancia y memoria, luego muestra recuerdos del año en que nació, la canción número 1 de la lista Billboard, portadas de diarios, etc. Luego mostró lo mismo, pero de sus abuelos. Acto seguido, se levantan dos personas mayores, quienes son presentados como sus abuelos. Manuel Betancourt y Miguel Gallardo.

La obra comienza cuando los 3 empiezan a repartir tazas y nos ofrecen vino o agua. Porque ya que las mujeres siempre han sido las que sirven, debido al machismo imperante, y ahora estamos en su “casa”, ellos nos servirían. Los 3 actores se sientan a la mesa y comienzan a preguntarle al público por algún tema, para iniciar una conversación espontánea. Sale elegido el sexo, con lo que empiezan a explayarse sobre cómo era el romance, cómo era posible conquistar a una chiquilla, y de qué forma ha ido cambiando eso con los años.

Tras 10 minutos de conversación libre, comienza la Historia de Manuel Betancourt, quién nos relata que nació en Talca el año 1941, y cómo se desarrolló su vida con su abuela, con quién siempre tuvo una relación especial. Recuerda esas ganas de ser arquitecto, porque amaba el dibujo, pero habían 5 niños que mantener y una casa de por medio. Mientras se desarrolla el relato, Ítalo va grabando mientras su abuelo dibuja (bastante bien, por cierto) cómo recuerda la casa donde creció.

Posterior a eso, se muestra a Miguel Gallardo, su otro abuelo, quién, sentado y con las piernas cruzadas, inicia su historia, que parte en Renca el año 1937, en el seno de una familia mucho más que humilde. Nos cuenta cómo una vez, siguiendo a su papá por las calles, terminó perdido y en la casa de un matrimonio de gente de clase alta durante 3 días hasta que lo encontró su padre, y aunque lo cuenta en clave de anécdota humorística, dice algo que me parece, cuando menos, muy decidor: “A veces pienso que esos 3 días eran mi verdadera vida”, mostrando fehacientemente el deseo de todo niño que creció en la pobreza, de vivir una vida distinta, de tener un buen pasar y poder dormir, aunque sean 3 días, en una cama caliente, sin olor a perro mojado.

En la siguiente escena, pasamos al tema de la música. ¿Cómo se vivía el carrete en los años 50’s y 60’s? Para ellos, se vivía de forma similar y a la vez tan distinta como podían serlo dos personas, viviendo en la misma época. Mientras Manuel bailaba Cha Cha Cha, Rock and Roll y Twist, Miguel lo hacía bailando Tango y Bolero. El estadio Recoleta fue su refugio para las tardes de conquista, tomando Chuflai (bebida Bilz con aguardiente) y con un pastelito.

El Manual de Carreño era, en esa época, un libro vigente y válido como manual de conducta de un caballero, y pedirle a una señorita que pagara la mitad, o su consumo, era impensable. Aparte, en ese lugar, saber bailar era mejor que ser “encachado”, y ahora que lo pienso, me habría servido vivir en ese tiempo. Y entre tanto parloteo, Ítalo le pide a su abuelo que le enseñe a bailar Rock and Roll sobre el escenario, cosa que da paso al tema de cómo conocieron a sus respectivas esposas.

Mientras Miguel fue un día a Collipulli a dejar a la lola que le gustaba y terminó quedándose 56 años con ella, Manuel conoció a su mujer, cuando esta tenía 16 años y la invitó a bailar en una fuente de sodas, hace 58 años. La gracia de estos relatos biográficos, es que de algún modo terminan desnudando a nuestros propios abuelos, porque escuchar esas conversaciones me hizo sentir que yo hablaba con mi abuelo, quién de niño vivió en muchas partes e hizo muchas cosas, desde encadenarse en una protesta hasta trabajar en un circo.

La obra nos tenía a momentos emocionados, y en otros se distendía con una buena risotada antes las ocurrencias de los actores, quienes, con toques de genialidad, lograban proyectar esos años de los que hablaban. Y dentro de los años que lograron marcar a este país y esta obra, fueron los años de la Dictadura Militar de 1973. Desde este punto hasta el final de la función, el relato giró en torno a las vivencias de ambos abuelos, quiénes, con similares visiones, vivieron esta fecha de forma muy diferente.

Manuel el año 73 estaba en Cerrillos, en la fábrica en la que trabajaba. Decidió quedarse para combatir a los militares junto a sus compañeros. Estuvo esperando a que llegaran las armas, las que nunca llegaron, y fue eso precisamente lo que lo salvó de la muerte. Porque cuando fueron a dejar a uno de los que se habían arrepentido, se encontró con otros compañeros obreros de las fábricas del Cordón San Joaquín, quienes le advirtieron que no volvieran por allá. Tiempo después, se enteraron que todos ellos murieron en el enfrentamiento.

En el caso de Miguel, estuvo trabajando en la campaña de Allende y trabajó codo a codo con Clotario Blest. Es decir, una vida dedicada a la izquierda, y ahí viene la pregunta. ¿Cómo alguien que estuvo trabajando con los próceres del socialismo chileno, terminó militando en la UDI? Si bien, en un principio, esto no podría parecer contradictorio, la historia que esconde esa firma, es tan oscura como la época en la que se dio.

Cuando estaba trabajando en un taller de la Municipalidad de Conchalí, un funcionario de alto cargo lo llamó y le dijo que querían hacer un partido político y que debía firmar. Miguel, al preguntar qué pasaba si se negaba, la respuesta fue corta y contundente: -Se me podría escapar un tiro, y nadie nunca sabría más de ti- mientras el funcionario acariciaba el revólver que tenía sobre el escritorio. Demás está decir, que era parte de la CNI. Estas 2 visiones tan distintas y similares a la vez, nos ayudan a comprender mejor una época que hoy por hoy, nos sigue doliendo.

La obra acaba cuando Ítalo nos hace pensar en algún objeto que hayamos llevado hace mucho tiempo, algo que nos sea significativo, es decir, algo de lo que nos creamos dueños, e imaginemos que se nos pierde, y que termina en el mar, perdido, esperando otro dueño. El tiempo no pasa por nosotros, nosotros pasamos por el tiempo. Se van apagando las luces y vemos a Ítalo siendo vestido por sus abuelos, quienes le entregan una prenda cada uno, y le van acercando todos esos objetos que representan tanto la vida de ellos, como la suya, y es ahí cuando Borges me hace más sentido que nunca, y lo cito: “Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado, todas las ciudades que he visto, todos mis antepasados”.

Revisa a continuación nuestra reseña fotográfica de la obra: