Por Jorge Fernández.

“Soy un literato lunático hasta siendo un gilipollas” Lou Reed

Abrir el libro del español Ignacio Juliá es aventurarse en décadas eclécticas para dibujar la historia de uno de los músicos y poetas estadounidenses más influyentes del folk y del rock de todos los tiempos. Un sujeto sin pelos en la lengua tanto para las ácidas entrevistas como para las malsonantes letras que incluían drogas diversas, sexo, erotismo, muerte, sangre y devastación. Aunque también literatura y amor a destajo.

Publicado recientemente en Chile por Santiago Ander Editorial. Apropiadamente titulado Catálogo Irracional. El autor se muestra como un fanático cronista que va escribiendo retazos de la vida del cantante. No oculta nada, ni sus vivencias personales, ni lo recopilado por otros, ni lo que supone o sabe, o quiere creer que es así. Los capítulos son canciones, pero en su interior no sólo apela a ellas, sino que desarma discos, recitales y juntas en privado.

Así, se muestran varios Lou Reed, el de sus amores, el de sus intereses diversos, el de la adicción descontrolada, el de la sobriedad, el de la vejez, el de la muerte y tantos otros. Todo parte, eso sí, con los más graneado de su paso por la mítica banda Velvet Underground y su constante coqueteo con las letras de sus más idolatrados escritores.

“Heroin” por ejemplo, se compara con “Aullido” de Ginsberg y en las líneas de Juliá aparece el resto de la Generación Beat, Joyce, Shakespeare y Poe, por nombrar algunos. En esta primera etapa todo está salpicado de drogas: la heroína, la anfetamina y el alcohol hacen estragos en el músico y esto lo deja ver en sus letras prístinas y malolientes para algunos e idolatradas por la gran mayoría.

Aparte de la ya mencionada “Heroin” se describen con mayor detalle canciones clásicas del repertorio de la banda como “I´m Waiting for the man”, “Sister Ray” “Pale Blue Eyes” y “Sweet Jane”, acordonando letras disímiles muchas veces las unas de las otras, aunque con propósitos similares tal y como lo expresa él mismo en cierta ocasión. “Lo que a mí me interesa es mostrar la deformidad inherente en gente de complexión normal, no mostrar la belleza en la deformidad” (Juliá, 123)

Los primeros años como solista sigue vigente, aunque con logros variopintos. Ignacio Juliá graba en su retina y traslada a su escritura momentos dicotómicos del artista, con grandes aciertos y también con canciones infravaloradas. En la cima de ese momento estará el disco Transformer (1972) desde donde salen sus éxitos más bullados tales como “Satellite of Love” o “Walk on the Wild Side”. En lo menos comprendido, el disco que le sucede, Berlin (1973). Lo importante, más que mostrar lo que tuvo más o menor logro, es cómo el autor dibuja su vida como periodista y fanático alrededor de su recorrido por la historia del músico. Nos habla desde la subjetividad del individuo al que le rinde pleitesía. Nos dibuja un fanatismo que no teníamos. Nos hace escucharlo, sentirlo. Y le creemos.

“¿Era mejor esa elaboración de perfeccionista que busca equilibrar pasión y estilo con precisión y estructura, que el vómito caótico, intuitivo de sus años de juventud desbocada y ebria? (Juliá, 163). En un momento, por circunstancias que se podrán leer, el disparatado Lou Reed sufre un vuelco en su vida y deja las drogas y el alcohol y la pregunta que se hace Juliá no deja lugar a posibles interpretaciones. Hay que ver de ahí en más si el estadounidense va más allá o se duerme en los laureles. Sin afán de adelantar resultados, las tres décadas que le siguen serán de una eterna montaña rusa que hace rato dejó de estar en lo más alto del parque de diversiones. Sin embargo, habrá muchas más canciones y revitalizaciones como es el caso de “Perfect Day” gracias a la película Trainspotting de Danny Boyle.

No está demás preguntarse qué hace que Lou Reed, con ese cantar sereno y esa diversidad de sonidos que lo acompañan, entre en los oídos y deslumbre. Una de las respuestas, innegablemente, va por el lado de sus forjadoras letras “Si a obviar diferencias de raza o pensamiento podríamos llegar casi todos, Lou Reed iba más allá, resultaba más específico, acogiendo en sus canciones la marginalidad y el infortunio, al drogadicto y el transexual, al demente y el desposeído, a quien nada tiene y nada tendrá” (Juliá, 220). El desplazado es el centro de la historia. La poesía se vuelve canción, y la canción es un sucio verso que se escupe con parsimonia. Y, claro, seguimos escuchándolo mientras caminamos por el lado salvaje.