Por Teany Cortés.

“Los niños” es la última película documental realizada por la directora chilena Maite Alberdi, que el 2014 saltó a la luz de la cinematografía nacional con su documental “La once”. Premiada como directora en el ámbito nacional e internacional, Alberdi se atreve nuevamente con el retrato íntimo de una pequeña realidad. Esta vez se trata de un grupo de adultos con Síndrome de Down, que asisten diaramente, y durante largos años, a su colegio. La película se enfoca exclusivamente en ellos, en sus sueños, problemas cotidianos, y frustraciones. Anita y su novio Andrés, Ricardo y Rita son los protagonistas de una historia tierna y triste, embellecida por un montaje limpio y una muy acertada elección de elementos audiovisuales.

En términos estéticos, “Los niños” presenta una propuesta parecida al documental la “La once”. El taller de cocina del colegio es el centro de operaciones de los protagonistas. Este espacio, con sus pasteles, merengues y galletas de patrones repetidos más el blanco de los mesones y de los delantales, recuerda de alguna manera a la coqueta mesa donde se llevan a cabo las conversaciones de las ancianas de la película anterior. De la misma manera, el acompañamiento musical compuesto por José Miguel Miranda endulza las escenas con un sonido incidental que complementa la alegría infantil de la comida.

Sin embargo, la realidad que presenta el documental no es siempre dulce. Los personajes, sobre todo Anita, Andrés y Ricardo, se enfrentan a la paradoja de ser adultos con Síndrome de Down, personas que históricamente han sido tratadas como niños. Tienen conciencia de su adultez, pero también de sus dificultades. Tienen sueños: Anita y Andrés quieren casarse y vivir juntos. Ricardo quiere ahorrar para poder ser independiente y feliz junto a quien lo ame, como sus padres lo hiceron antes de él. Quieren tener una vida “normal”, pero sus voluntades dependen de quienes los cuidan y los consideran todavía como los niños de la familia. En otro extremo, Rita, mucho más cercana a la infancia a pesar de sus 45 años, intenta por todos los medios eludir la dieta que sus cuidadores le han impuesto.

De esta manera, Alberdi logra representar la problemática que le interesa: el sistema educacional, legal y familiar chileno se enfrenta hoy a una realidad que hace algunas decadas atrás no existia y que, además, estaba bastante oculta: los adultos con Síndrome de Down existen, y dentro de la diversidad de sus capacidades, tienen derecho a tomar ciertas decisiones en torno a su vida para ocupar espacios adecuados a sus intereses. El colegio en que se mueven da cuenta de su condición. Por un lado, participan del un taller de cocina bastante eficiente en su producción, donde se les enseña a mantener y cuidar una casa. También se generan instancias de inserción laboral, y se les concientiza sobre su adultez, su voluntad y su sexualidad. En contraposición, se les pagan sueldos simbólicos y son sus cuidadores -padres y hermanos- los que deciden si asisten o no al establecimiento. El colegio representa una suerte de ensayo de una vida que nunca tendrá escenario.

Una de las características del cine documental de Maite Alberdi, y que se repite en esta película, es el aparente silencio de todo lo que ocurre tras la cámara. La dirección y el guión parecen invisibles, a diferencia de otros documentales, los protagonistas no hablan ni miran jamás a la cámara, ni siquiera en tomas muy cerradas en sus rostros y gestos. Tampoco la cámara, o quién esté tras de ella, busca la interacción con los personajes. No hay entrevistas ni disgresiones explicativas. Además, no es una reconstrucción restrospectiva: la historia ocurre en el tiempo que se lleva a cabo la filmación. Estas características, más la decisión de desenfocar a todos quienes no tengan Síndrome de Down, produce la acotación máxima del mundo expuesto, y así, la compenetración del público con la sensibilidad de sus protagonistas. Aquellas tristezas y alegrías que nos parecerían infantiles de otra manera, toman acá una importancia superlativa para remecernos con la fuerza que en realidad tienen.

En algunas entrevistas, Alberdi ha dicho que recoge escenarios acotados para documentar, pues cree que las realidad son cíclicas y que aquello que ocurre acá de manera íntima, puede reproducirse en otro allá de la misma manera. Creo que, como las grandes obras, lo que recoge el cine de esta joven directora chilena son temas que trascienden su contexto, y que por eso son aplicables en distintas realidades. En esta película tres de esos temas se toman la pantalla: la infantilización de ciertos grupos en desmedro de su dignidad, la necesidad imperiosa de la conducción de la propia vida, y la invisibilización de realidades para las políticas públicas. Por esto, Maite Alberdi junto a los inolvidables Anita, Andrés, Ricardo y Rita logran graficar a los que luchan por construir una vida normal.