16 de agosto 2023.

Por Amaranta Cartes.
Fotografías por Francisco Aguilar A.

Hay artistas escénicos que se asemejan a dioses y hay quienes que no pueden dejar de ser tremendamente humanos. Al sobrecogimiento que puede generar ver en vivo a una Lady Gaga o una Dua Lipa, lo acompaña una puesta en escena magnífica, trajes despampanantes, cuerpos irreales y el desplante y la voz increíble de artistas como ellas, importadas del primer mundo. Natalia Lafourcade presentó un show tan poderoso como el de cualquier otra artista de su talla. Con el correspondiente traje despampanante, una hermosa puesta en escena y su talento infinito. Y sin embargo, con todo eso, su presencia en el escenario se siente como la de una persona real, cercana, humilde y profundamente humana. Para ella, el encuentro fue tan importante como para el público, correspondiente a la segunda vez en su carrera que se presenta en un escenario tan grande ella solita. Lo dijo así y ofreció “gracias totales” por el “momento histórico” que ella y su banda vivieron anoche en Santiago. Desde su visita al Teatro Coliseo en 2018, sus seguidores han aumentado hasta casi colmar una arena tan emblemática como el Movistar Arena. Y es que su desborde de humanidad toca los corazones de quienes también son sus hermanos y compatriotas, en lo que también es su tierra.

El escenario se enciende con un ojo en escala de grises que observa al público que espera a su artista, entre sonidos profundos de vibraciones y cuerdas. Con la entrada de los músicos que realizan una reverencia, se hace presente en la pantalla del fondo, una hermosa mujer mayor, que mira y sonríe mientras en los parlantes reproducen lo que probablemente sea su voz. “Salta, baila, canta, para que vivas más feliz. Recuerda que tú eres la medicina”, dice. Y entra Natalia, con un vestido negro, enorme, que distribuyen a su alrededor como una alfombra, como agua negra que brota de su cuerpo, como un manto de muerte que cobra vida con el sonido de su canto a lo humano. “A este mundo vine solita. Solita me voy a morir”, son las primeras palabras que dice cantando. Son también las palabras que abren el disco De todas las flores, el que vino a mostrar al sur y que compartió de principio a fin con el público chileno.

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Desde 2015, desde Hasta la raíz, que no había existido un LP con contenido exclusivo de su autoría. Si bien muchos singles sonaron con letras y música creadas por su mano, como “Tú si sabes quererme”, “Soledad y el mar” o “Danza de gardenias”, estos iban acompañados de canciones de sus musas musicales, como Violeta Parra, María Grever, Atahualpa Yupanqui, Agustín Lara, entre muchos otros representantes de la tradición mexicana y latinoamericana. Discos que le valieron gran cantidad de nominaciones y premios por su calidad y valor, al volver a posicionar a cantores y cantoras en las orejas de todo el mundo, pero que, no obstante, significaron un momento distinto en su carrera.

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Es así como el concierto se estructuró en dos partes. Una primera en la que De todas las flores sonó completo y en la que Natalia se dirigió escuetamente al público. Con su guitarra, sentada junto a una lámpara, interpretó solemnemente canciones como “Que te vaya bonito Nicolás”, “De todas las flores”, “Llévame viento”. Destacó la importancia de vivir en libertad y de ser felices con las cosas simples en “El lugar correcto” y terminó con un largo silencio, con su cara entre sus manos, sin poder creer aún la concurrencia suscitada por su visita en una tierra tan querida para ella y su familia. “Pajarito colibrí” fue cantada por los más fanáticos y recibida como un arrullo para quienes están pasando por momentos difíciles. Y llegó el momento de viajar a Oaxaca a la casa de María Sabina, la célebre curandera y chamana mazateca, a quien Natalia rinde homenaje con “María la curandera”. El viaje siguió con “Caminar bonito” canción que a llevó nuevamente al desborde de emoción, con una autenticidad que se sentía hasta el último asiento pegado al techo. La performance era clara, la presentación del disco conducía a la muerte y poco a poco la artista se fue acercando al suelo y a la negrura de su vestido. Con “Canta la arena”, recorrió el escenario arrastrando su pesada cola y terminó tirada en el suelo. Una décima sobre la muerte, la apertura de la canción que lleva el mismo nombre, la llevó finalmente a sacarse el faldón y envolverse en él hasta desaparecer. Con el claro simbolismo de la muerte, renació desde la oscuridad, la tiró lejos y se despidió.

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El cambio a la segunda sección del espectáculo estuvo marcado por la interpretación de “Cien años”, célebre por la versión de Pedro Infante, de parte del jaranista de la banda, a quien luego se sumaría Natalia para rematar la canción vestida con un huipil de lentejuelas, trayendo su mexicanidad, mientras daba cuenta de su raíz chilena y agradecía volver a la tierra de su padre. Luego de interpretar la célebre “Tonada de luna llena”, se apersonó el primer invitado de la noche. Junto a Manuel García, Lafourcade interpretó dos canciones de Violeta Parra, “Que he sacado con quererte”, grabada en su álbum Musas vol. I, en compañía de Los Macorinos, y “Gracias a la vida”. Para subir los ánimos, una de sus canciones más tristes de Hasta la raíz, “Lo que construimos”, fue tocada en versión cumbia. Para seguir en las cumbres de la euforia, Gepe y Camila Moreno la acompañaron en “Hasta la raíz”, mientras ella declaraba “que maravilla poder cantarla aquí”, haciendo referencia a que su raíz es también chilena, pero, por sobre todo veracruzana. Con la canción que homenajea a Veracruz, hizo cantar al público “como si fuéramos un solo pueblo”, para finalizar, sin vuelta atrás, con “Tú si sabes quererme”, canción que el público coreó de pie, mientras Natalia insistía en no querer irse nunca del escenario. Con los créditos y la presentación de la banda, ya no hubo más opción que despedirse, no sin antes prometer el regreso.

Con este segundo encuentro en solitario con Chile, Natalia Lafourcade se proyecta hacia un futuro en el que su audiencia y su éxito solo pueden crecer. Pero si no fuera así, a ella no le importa. Se percibe en sus palabras y en su goce honesto, que su trabajo es la música y solo la música, sin importar el lugar o el tiempo, ya que, para ella, solo importa el ahora y la conexión con la gente a través del canto, el baile y la poesía. Natalia es amiga y compañera de su público, porque canta a los sentimientos más conocidos y lo hace parecer tan sencillo como complejo y divino. Canta a lo humano con la misma sinceridad que sus antecesoras cantoras y sus ancestras veracruzanas, chilenas, mexicanas, americanas. No hay duda de que quedará en la memoria de la música latina como una de las cantoras más importantes de nuestra tradición, porque reconoce sus raíces y las trae al presente de la manera más conmovedora y próxima que puede, sin perder nunca su sonrisa y su color.

Setlist:
Vine solita
Que te vaya bonito Nicolás
De todas las flores
Pasan los días
Llévame viento
El lugar correcto
Pajarito colibrí
María la curandera
Caminar bonito
Mi manera de querer
Canta la arena
Muerte
Cien años
Tonada de luna llena
Que he sacado con quererte
Gracias a la vida
Soledad y el mar
Lo que construimos
Para qué sufrir
Hasta la raíz
Mi tierra Veracruzana
Tú sí sabes quererme

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