Por Carlos Barahona.
Hablar hoy de anime es hablar de una gramática visual y narrativa que conquistó al planeta. Su historia televisiva moderna arranca en los sesenta con Astro Boy de Osamu Tezuka, pero el gran “despegue” global llegó entre los ochenta y noventa: el cyberpunk monumental de Akira (1988) demostró que la animación japonesa podía tener ambición cinematográfica adulta; Dragon Ball Z y Sailor Moon convirtieron tardes enteras de infancia en rituales colectivos; y Neon Genesis Evangelion (1995) elevó el medio al rango de ensayo filosófico sobre trauma e identidad, marcando a generaciones con su mezcla de mecha, religión y psicoanálisis. En paralelo, el Estado japonés entendió que el anime y el manga eran algo más que entretenimiento: eran “soft power”, una diplomacia cultural capaz de instalar imágenes, valores y turismo bajo el paraguas de Cool Japan. Con la irrupción del cable y, más tarde, del streaming, esa ola se volvió permanente: de One Piece y Naruto a la “nueva escuela” —Attack on Titan y Demon Slayer—, el anime se mantuvo creciendo, batiendo récords de taquilla y volumen de conversación en redes. Hoy, ya no es “de nicho”: es una lengua franca de la cultura global.
Ese legado —tres décadas largas de circulación masiva— no sólo cruzó pantallas: modeló sensibilidades y escenas musicales. Desde la estética otaku que inspiró videoclips occidentales hasta obras que dialogan explícitamente con series icónicas, el anime dejó de ser “referencia” para convertirse en marco vital. Evangelion, por ejemplo, sigue leyéndose como una radiografía de la “década perdida” japonesa; Demon Slayer consolidó el fenómeno en cines con hitos históricos de recaudación. En otras palabras: el anime ya no acompaña a la música; la habita.
En ese ecosistema aparece Rise of the Northstar (París, 2008) – abreviados como ROTNS -, un colectivo que convierte manga, anime y cine de yakuzas en estética, ética y sonido. En vez de “citar” a Japón, lo encarnan: uniformes gakuran en escena, iconografía furyō (pandillas estudiantiles noventeras), jerga y samples en japonés, y una imaginería shōnen de clan, superación y honor que atraviesa sus letras. La formación actual —la que llegará a Santiago— reúne a Vithia (voz), Eva-B (guitarra líder), Air One (guitarra), Yoru (bajo) y Phantom (batería). En lo estrictamente musical, su mezcla de groove metal, hardcore de escuela neoyorquina y cadencia rap crea un “crossover” de riffs a baja afinación, breakdowns demoledores y coros diseñados para el pit.
El nombre del grupo no es casualidad: ROTNS bebe directamente de Hokuto no Ken (Fist of the North Star), y su narrativa visual —cartas coleccionables “Northcards”, un lore propio— insiste en el puente entre manga y metal. Su obra no “alude” al anime: vive en él. Los EP Tokyo Assault (2010) y EP Demonstrating My Saiya Style (2012) fueron su carta de presentación: rugosidad hardcore, barras directas y referencias frontales al shōnen. El segundo EP ya declara su amor por Dragon Ball desde el título y canciones como “Bejita’s Revenge”. Para tomar la temperatura de esa era, hay que partir por “Demonstrating My Saiya Style” Ahí ya asoman los samples/interludios en japonés y la prédica furyō: respeto, códigos, familia elegida.
Su primer larga duración, Welcame (2014), pule la fórmula con ganchos de estadio y un pulso de rap metal sin culpa. Si quieres una puerta de entrada, escucha “Welcame (Furyo State of Mind)” y “Samurai Spirit”. La primera es un manifiesto de identidad: furyō como ética de resistencia. La segunda exhibe la fascinación por el cine chambara y el arquetipo del guerrero; su videoclip y sus intros en japonés funcionan como samples de ambiente, marcando territorio antes del primer breakdown. Letras: orgullo, disciplina, superación sin atajos (“Keep the guard up / never bow down”). En directo, la banda la usa como carta de presentación para activar el círculo.
The Legacy of Shi llega el 2018 como una consolidación a ese sonido primitivo. Aquí ROTNS da su salto conceptual: un yōkai posee a la banda a lo largo de once pistas; los riffs descienden de afinación, aparecen guitarras de siete cuerdas y crece el peso del groove. La dupla perfecta para comprobarlo es “Here Comes the Boom” y “Nekketsu”. La primera es su detonador escénico —call-and-response hecho para reventar el pit—; la segunda eleva un concepto clave del shōnen (nému caliente, espíritu combativo) a consigna vital. El álbum, producido en parte junto a Joe Duplantier (Gojira), fue recibido como un bloque que debía oírse de corrido, subrayando su narrativa.
El tercer larga duración Showdown (2023) destila el ADN ROTNS en diez cortes concisos: groove afilado, coros “de crew” y un world-building que ya habla de una Neo-París propia. Comienza con “One Love”: mensaje directo de perseverancia (“keep the faith”), puente natural para audiencias que llegan desde el rap y el metal por igual. Sigue con “Showdown”, que reafirma la estética marcial; y “Rise [ライズ]”, cuyo propio título incorpora el kana como declaración estética. Para los nerds del detalle, vale la pena detenerse en “Shogun No Shi” y “Raijin” (Dios del trueno en el panteón japonés), donde el imaginario nipón no sólo nombra: estructura compases y breaks como si cada tema fuese un “arco” de manga.
En ROTNS, el “sampleo” no siempre es la cita literal de un opening clásico (aunque los guiños existen), sino una paleta: interludios hablados en japonés, scratches y vox pops que introducen tracks como si fueran capítulos, onomatopeyas y consignas que remiten al doblaje y a la métrica del shōnen (count-offs en japonés, entradas tipo “round” de videojuego), y una iconografía sonora —gong, golpes secos, voces corales— que evoca anime de pandillas y cine de yakuzas. En “Samurai Spirit” y “Welcame (Furyo State of Mind)” los samples/interludios funcionan como puertas de universo; en “Nekketsu”, el propio título opera como cita; y en “Showdown” los stingers rítmicos marcan escenas como viñetas. Además, el grupo ha explicado en entrevistas la centralidad del manga/anime en su identidad —no sólo temática, también performativa—: su nombre tributa a Hokuto no Ken, y el código furyō estructura letras sobre respeto, jerarquía y camaradería.
Líricamente, ROTNS combina autodisciplina, lealtad de “crew”, revancha del inadaptado y un discurso de resistencia que los emparenta con el hardcore clásico, pero filtrado por la ética shōnen: el héroe como estudiante-guerrero que cae y se levanta mejor. “Here Comes the Boom” es una entrada al combate que festeja el momento en que la pandilla pisa la cancha; “One Love” invierte el cinismo del metal moderno y propone fe en lo que te mantiene vivo; “Welcame” y “Samurai Spirit” empuñan la idea de honor como medida del día a día —no como museo de gestos—. El resultado: una épica callejera con olor a tinta de viñeta.
El martes 14 de octubre de 2025, a las 21:00, Rise of the Northstar debuta en Sala Metrónomo. Para el fan de metal, hardcore y rap, es la oportunidad de ver un crossover que no suena a collage sino a lenguaje propio: breakdowns milimétricos, gang vocals para corear con la mano en alto y una puesta en escena que convierte a Santiago en Neo-París por una noche. Llega una banda que edificó su mitología a pulso y que, disco a disco, afinó su katana sonora. Que el anime haya sido el alfabeto de millones explica por qué su música se siente cercana incluso para quien no conocía su catálogo: comparte nuestras “palabras” y nuestra memoria audiovisual.