Por Pablo Álvarez.
Nacida en noviembre del 99, Samara Joy es hija de su tiempo: apegada a las redes sociales, la joven cantante es una activa creadora de contenido, donde muestra los países que visita, un poco de su día a día, algún tras bambalinas, y por supuesto comparte su música con sus cientos de miles de seguidores. Sin embargo, hay al menos 2 cosas que diferencian a la norteamericana de buena parte de su generación: lo primero y más evidente es su increíble voz, pero también su amor por el jazz. Esa música de raíz negra nacida en Nueva Orleans hace más de un siglo, y que la norteamericana ha logrado acercar a un nuevo público.
A sus cortos 25 años, la neoyorkina ya tiene bajo el brazo 3 discos de estudio y acumula 5 premios Grammy, en igual número de nominaciones. Todo esto en sólo 4 años. Nada mal, dicen algunos. Una verdadera revolución, dicen otros. Y es que fuera de traer un nuevo estilo al mundo del jazz (donde a ratos parece haber casi tantos subgéneros como músicos), lo de la originaria del Bronx evoca a las grandes cantantes de jazz de los años 30-50, con reminiscencias del vocalese y scat de Betty Carter, vibratos como tenía Sarah Vaughan, el fraseo de Billie Holiday, y por supuesto, el jazz estándar de Ella Fitzgerald.
Esa mezcla precisamente es clave para su atractivo, porque suena como algo conocido pero refrescante para quienes siempre han sido oyentes del jazz, y llega como algo completamente novedoso para los más jóvenes. Y es que Samara se crió con música de otra época, con la que escuchaban sus padres cuando eran niños, con abuelos que tocaban góspel, al igual que su padre, el bajista y vocalista Antonio Charles McLedon. Así, no fue extraño que Joy comenzara a explorar y a jugar con la música, comenzando con el ya mencionado gospel y también el soul.
Al jazz lo abrazó ya en su adolescencia, ganando con 19 años la Competencia Internacional de Jazz Vocal Sarah Vaughan. Mientras aún estudiaba en el conservatorio del Purchase College (Universidad Estatal de Nueva York), Joy grabó su primer disco, el homónimo Samara Joy. La placa cargada más al jazz estándar fue aclamada por la crítica y le valió ser condecorada como Mejor Artista Nueva por el medio especializado Jazz Times. Ya con su segundo larga duración en 2022, Linger Awhile, la intérprete mostró un rango estilístico más amplio, ganando el Grammy a Mejor Artista Nuevo y a Mejor Álbum de Jazz Vocal. Este último reconocimiento se lo volvió a adjudicar este año, gracias a su EP de 6 canciones A Joyful Holiday (2023), un trabajo de espíritu navideño que mezcla un par de clásicos con joyas muy bien escogidas, aunque menos masivas.
Samara llega a Chile con su tercer y más reciente disco Portrait, lanzado en octubre pasado y para el que según ella misma ha comentado, se tomó más tiempo para experimentar y mostrar la música que realmente la define hoy, en medio de su ascendente carrera musical. Tanto es así, que la penúltima canción del álbum “Now and Then (In Remembrance of…)” es un homenaje a su maestro Barry Harris, quien fue clave en su amor por el jazz. Fallecido en diciembre de 2021 a causa del Covid-19, Joy decidió ponerle letra a uno de los temas instrumentales compuestos por su mentor y convertirla en una elegía.
En su meteórica carrera, la jazzista no sólo se ha ganado el respeto por su increíble voz, sino también porque se ha ido involucrando cada vez más en los arreglos, la producción y composición de sus canciones. Así también se ha atrevido a salir del estándar, no sólo para honrar el bebop (probablemente heredado de Harris), sino que también abriéndose a ritmos latinos como la inclusión de “No More Blues” (conocida originalmente como “Chega de Saudade”), de Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes.
La confirmación de esta apertura es su más reciente single -lanzado hace menos de un mes- “Flor de Lis”, original del destacado cantautor brasileño Djavan, donde la norteamericana incluso canta en portugués. La cita con Samara Joy es el próximo domingo 27 de julio en el Teatro Nescafé de las Artes a las 20:30 horas, en una velada donde se espera repase clásicos de gigantes del género como Thelonius Monk, pasando también por sus reversiones a compositores señeros como Mal Waldron, y por supuesto algunas piezas de su propia autoría.