23 de septiembre 2025.
Por Carlos Barahona.
Fotografías por Marcelo González.
En el hemisferio sur, el equinoccio de septiembre es una bisagra: día y noche se miran a la misma altura y, desde ese instante, la luz empieza a ganar terreno. No es sólo un dato astronómico; es un cambio sensible. Las noches llegan un poco después, el frío retrocede a paso corto, y el aire trae ese olor a verde recién abierto. El fotoperiodo más largo despierta a las ciudades: brotan agendas, se rearman las ganas de salir, y el cuerpo, que viene de meses de abrigo, recupera el impulso. La primavera no irrumpe de golpe; se insinúa. Y en esa insinuación se instala una expectativa distinta, una especie de promesa que todavía no se cumple, pero ya convoca.
Al otro lado del mundo, el mismo equilibrio solar inicia el otoño. En Italia, de donde viene Soviet Soviet, la luz comienza a retirarse temprano por los balcones, el mar Adriático pierde brillo a media tarde y el aire afina la memoria. Es el tiempo de inventariar lo vivido, de ordenar lo que el verano dejó disperso. Las calles cambian de color, los ritmos se vuelven más interiores. También allí opera la expectativa: no la del estallido, sino la del recogimiento, la de una claridad que se va y obliga a mirar mejor.
Este cruce de estaciones, primavera que asoma aquí, otoño que empieza allá, carga de sentido la espera por ver a los italianos en un escenario santiaguino. Hay una electricidad previa que no depende sólo de la fecha, sino de lo que la estación insinúa: comienzo y despedida en el mismo plano. El público llega con la expectativa del renacer, la temperatura subiendo, la ciudad abriéndose, y, al mismo tiempo, con la curiosidad por ese pulso más introspectivo que el norte trae en su bolsillo.
En el imaginario que antecede al concierto, sus canciones funcionan como un puente entre climas. La urgencia del bajo y la batería, esa sensación de movimiento inevitable dialoga con letras que tocan la memoria, la distancia y el tiempo: temas que, en primavera, se leen como un volver a empezar y, en otoño, como una forma de quedarse con lo esencial. Esa dualidad alimenta la expectativa: ¿qué resonará más esta noche, el impulso de la estación que despierta o el filo reflexivo que llega del hemisferio que se recoge?
Por eso, esperar a Soviet Soviet en plena semana del equinoccio no es solamente esperar un concierto. Es asistir a un punto de equilibrio: el instante en que la luz y la sombra se reparten el día a mitades y todo queda listo para inclinarse. Aquí, la ciudad ya huele a novedad. Allá, el calendario se repliega un poco. En medio, la expectación de un encuentro que promete ponerle cuerpo a ese tránsito: la primavera que pide salir y el otoño que invita a pensar, tensándose en una misma respiración.
Bajo luces tensas y un puñado de personas que colmaron la pequeña sala, el trío de italianos se plantó con la economía de gestos de quien confía en el pulso: Andrea Giometti apretó el bajo contra el pecho y cantó con esa voz que empuja hacia adelante; Alessandro Ferri marcó carrera desde el primer golpe; y Matteo Tegu dibujó diagonales de reverb como si abriera ventanas en el recinto. La vibra de Giometti, magnética, casi hipnótica, fue el eje: líneas de bajo al frente, mirada fija, y una entrega que convirtió cada comienzo en una sacudida.
El arranque con “Endless Beauty”, “Remember Now” y “Fairy Tale” instaló de inmediato la estética del grupo: urgencia rítmica y melodía en claroscuro, ese adn post-punk/coldwave que en estudio cristaliza en Endless (2016). En vivo, esas piezas respiran distinto: el bajo muerde, la batería acelera sin perder exactitud y la guitarra suma bruma luminosa—una tríada que dispara la sala a velocidad de crucero.
Cuando aparecieron “1990”, “Ecstasy”, “Introspective Trip” y “No Lesson”, llegó el filo existencial de Fate (2013): letras que miran el tiempo de frente, frases que abren más que cierran, y ese vigor juvenil que todavía chisporrotea en los coros. Son canciones que enmarcan el presente del grupo en su propia historia: tensión, catarsis, movimiento. El bloque medio recuperó el color de Endless con “Rainbow” y más tarde “Star”, temas que, sin ceder intensidad, dejan entrar aire: texturas más amplias, ganchos melódicos que iluminan la neblina rítmica y un pulso que nunca se rompe. “Pantomime” cerró con esa mezcla de firmeza y desahogo que los volvió banda de culto en la región.
Entre ambos mundos, el nervio de Fate y la expansión de Endless, se colaron las piezas nuevas: en el papel aparecen como “3”, “4” y “1”, pero los fieles ya las ubican por sus títulos de trabajo (la banda ha probado en vivo cortes bautizados como “Terza” y “Prima”). Son adelantos de un nuevo material en preparación: riffs más amplios, combustión controlada y la promesa de un álbum que se cocina en la ruta. En conjunto, el setlist funcionó como mapa de trayectoria y declaración de presente: de la precisión áspera de Fate al claroscuro expansivo de Endless, con puertas abiertas a lo que viene. Y en el centro, la figura de Giometti, bajo al frente, voz a quemarropa, como el imán que ordena la electricidad del trío.
Por su parte, el público respondió como un cuerpo único: fervoroso, danzante, pletórico, levantando olas de coros y palmas que empujaron al trío a tocar con los dientes apretados y el pulso a tope. Fue la imagen perfecta de la analogía del equinoccio que sirvió de introducción. Un punto de equilibrio entre dos estaciones donde aquí, en el sur, la luz avanza y en el norte, de donde vienen, comienza a recogerse. En la sala, esa tensión se volvió celebración: primaveras que despiertan en las caderas y otoños que piensan en la nuca. La oscuridad de las letras encontró calor en la multitud; la precisión rítmica y el desborde en la pista. Por un rato, primavera y otoño se repartieron el mismo espacio: la ciudad abrió las ventanas, el escenario bajó la temperatura, y en el centro de ese cruce la banda y la audiencia se reconocieron. Cuando cayó el último acorde, no fue cierre: fue esa clase de atardecer equinoccial en que el cielo tarda en decidirse, y uno entiende que lo que viene, más luz, más sombras, ya empezó ahí adentro, en la magia de lo que significa la música en vivo.
Setlist:
Endless Beauty
Remember Now
Fairy Tale
1990
Rainbow
3
4
Ecstasy
Introspective Trip
No Lesson
1
Star
Pantomime
