Por Jorge Fernández.

Seis décadas atrás. Comenzaba los sesenta y un Billy Wilder ya encumbrado en lo alto del cine estaba ad portas de recibir su segundo Oscar como mejor director por su cinta The Apartment. El premio es de 1961, pero el estreno se dio el año anterior en fechas muy cercanas a las que nos encontramos hoy por hoy. Los espacios son reducidos. Incluso se podría considerar como una de esas películas de estudio. La mayor parte de la historia se reduce a recintos tras cuatro paredes y es precisamente ese encierro compartido el que nos hace recordar que la perfección muchas veces está inserta en el guion más que en los paisajes sublimes y majestuosos.

Un ambicioso empleado desea subir escalones sin tener que detenerse en todos los pisos. Su idea es tener un salto estratégico hacia los puestos de mayor jerarquía. Para ello, se vale de lo que comúnmente nos gusta denominar “pituto”. Sin escatimar en cuestiones valóricas simplonas, presta su piso de soltero (de ahí la traducción al español) a sus superiores para que estos lleven a cabo sus amoríos extramaritales. A ninguno le cobra en dinero pues sabe que, a la larga, los dividendos serán mejores que unas cuantas chauchas inmediatas. O eso es lo que cree él al principio ya que la cosa se complica cuando entra en juego la comedia de enredos en que el amor hace de las suyas dentro de su corazón y de su departamento. Esto último eso sí, sin que esté él presente.

Drama fusionado con comedia. Imagínense esa combinación al ver la película. Un tipo de historia creada en el teatro barroco hace muchos siglos atrás y que podríamos asociarla con un Jim Carrey en The Truman Show por ponerlo como ejemplo de la actualidad. Jack Lemmon es ese actor idóneo para esta comparación, un intérprete carismático que hace uso y desuso de una expresividad rutilante. A él se suma una tremenda actuación de Shirley MacLaine quien, cual barco a la deriva, navega en un mar de incertidumbres que tiene como común denominador el despiadado y taciturno sentimiento del amor.

Billy Wilderno fue el único ganador. La ceremonia de los Oscar también otorgó otros logros entre los que destacan el de Mejor Película y Mejor Guion Original, con lo que la consagró a las más altas esferas de la cinematografía, al ser coronado en las categorías más importantes del celuloide estadounidense.

The Apartment es una película sencilla, pero potente. Entretiene de punta a cabo con una soltura enigmática que no logramos descifrar. Es simple por donde se le mire. Su presupuesto fue de 3 millones de dólares, suficientes para convencer a la crítica y al público general. La gracia está en que detrás de la cámara hay un director a cargo, además, de la producción y el guion, lo que hace que brille en todos sus rincones.

Y es que hablar de rincones en este caso puntual, no está demás, porque lo enriquecedor de la trama se dibuja por medio de las actuaciones memorables, de los diálogos con sentido y de los rostros abatidos que encuentran una sonrisa en la ordinariez de la vida más que en lo sublime de la idealización exacerbada.