Por Gonzalo Manzo.

A siete años del estreno mundial del documental de música chiptune Europe in 8-bits y a cinco de la aparición del corto humorístico El Ascensor, Javier Polo nos envuelve con su manto surreal de tonos rosas sobre el cual se cierne una búsqueda espiritual, una inquietud del ser que rompe con el quehacer artístico de Rigo Pex. Este artista sonoro guatemalteco suele deambular por la ciudad de Valencia registrando los sonidos de las calles y las gentes sin otro fin que la melomanía para disfrute personal; a medida que, bajo episodios de insomnio, se va gestando en él un llamado que hierve en sus vísceras, una aparición desde un brumoso más allá encarnado en sus cada vez más constantes encuentros con símbolos e imágenes relacionadas al fenómeno del flamenco rosa, ícono del universo kitsch y eje central sobre el cual yace una narrativa de ensueño con toques de ficción y comedia, un docu-ficción en todo su esplendor que, al igual que la glamorosa ave, hace gala de una multiplicidad de formas ocultas en una mirada templada que interpela a la vez que hipnotiza.

Un relator encarna a esa voz del subconsciente que invita a Rigo, nuestro protagonista, al movimiento, al autodescubrimiento y a la experimentación fuera de los márgenes en los que adscribe su lenguaje artístico, llegando a dar con entendidos en lo referente al kitsch, surgiendo interesantes reflexiones. A través de distintas intervenciones se va entretejiendo la mística implícita que fluye y se despliega en esta suave y densa niebla rosa, color pastel de ensueño intrínseco de un fenómeno contracultural con estética propia, muy alejada de las convenciones del canon de belleza imperante. Podemos presenciar, así, conversaciones con el actor, director y guionista madrileño Eduardo Casanova, la pink lady de Hollywood Kitten Kay Sera, artista y coleccionista de arte, la compositora, coleccionista y directora de arte Allee Willis (1947-1919), además del apóstol del mal gusto, John Waters, director artífice del emblemático personaje Divine, protagonista de la germinal Pink Flamingos.

En la ciudad alemana de Munich, en 1870, surge el término kitsch para denominar material artístico barato (Ramps, Ricardo Ramón, 2011), concibiéndose la perspectiva de un arte sustituto, con trabajo poco prolijo, carente de preocupación e incluso vulgar, llegando a ser demonizado por los críticos especializados, académicos y grupos snob hasta ahora. Los adeptos a esta vertiente sociocultural apelan a una arte más accesible y asequible, que valora lo emocional, haciendo frente a la hegemonía estética de lo bello. El kitsch es honestidad sobre técnica, un lugar en que los objetos que hablan por sí solos, recreando realidades y contando historias en el espacio, llegando a ser considerados símbolos de culto, sobre los los cuales Allee Willis destaca la validez de los artistas, quienes crean desde el amor, plasmando su propuesta artística a pesar de las limitaciones técnicas.

Más de cien años más tarde de la aparición de la etiqueta kitsch, el pontífice del trash, John Waters, unificaría todo un sentir contracultural en Pink Flamingos (1972), instaurando un precedente y un referente de culto que terminaría por establecer de forma definitiva la imagen del flamenco rosa, influyendo profundamente tanto en la industria cinematográfica como en lo que conocemos sobre el concepto de arte, criticando irónicamente a la sociedad de consumo, dando visibilidad a temáticas relacionadas al género, a las disidencias sexuales y a otros grupos oprimidos en una sociedad excluyente y discriminadora. “El buen mal gusto es celebrar algo sin pensar que eres mejor que aquello. El mal mal gusto es ser condescendiente, burlarse de otros”. (John Waters para Rookie, 2012).

Es fascinante presenciar la manera en que conviven elementos cinematográficos relacionados a la roadmovie, a la comedia ligera, al documental clásico y al videoclip y cómo esta fusión de recursos refleja luces de la esencia múltiple del espíritu humano, fundiéndose en un todo armónico que se acerca a la reflexión a través de la provocación sensorial. Así es como se funde la senda del personaje y el grito primal del subconsciente hacia una travesía de autoconocimiento, de abrazar un lenguaje artístico propio, en terrenos identitarios, como el majestuoso ave se tiñe de rosa con su dieta perpetua en aguas oníricas.