Amores de cantina en Centro Cultural GAM: Música y teatro para el deleite de nuestros oídos
17 de mayo 2017.

Por Jorge Fernández.
Fotografías por Leonardo González.

Hay lugares en la vida que se comparten por el simple vicio placentero del momento ideal. Sentados en las mismas sillas de ayer y de mañana, los parroquianos desenfundan sus instrumentos y la fiesta comienza con los primeros acordes, en medio de un rechinar de cañas de vino tinto.

Todos se conocen, saben sus historias de vida y se sientan a escuchar los mismos parlamentos añejados en cubas llenas, hasta el tope, de recuerdos. No saben de tiempo ni de sobriedad. El mundo entero da vueltas en su cabeza y a su alrededor.

Es una rutina premeditada. De esas que se disfrutan y que, por lo mismo, son infranqueables a los temores de la muerte y de la vida misma. La condena eterna está estipulada y el lugar de reunión funciona como la fianza que les permite sobrevivir.

“Amores de cantina” es el nombre de la maravillosa obra de teatro que se presenta por estos días en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) y que refleja todos estos pragmáticos momentos mortales. El conflicto, eso sí, surge precisamente cuando se produce una descomposición nimia ante la cotidianeidad.

La obra está basada en los versos y la décima libre del gran Juan Radrigán, dramaturgo nacional que falleció el año recién pensado, dejándonos un tremendo e imperecedero legado cultural. La dirección está a cargo de Mariana Muñoz y su elenco lo componen, entre otros, figuras de renombre como Luis Dubó, María Izquierdo, Iván Álvarez de Araya y Claudia Cabezas.

El tema transversal es el amor, pasando por todos sus matices. Hay nostalgia, celos, infidelidades, liberalismo pasional, clandestinidad y, como no, desamor. Para cada cual existe una canción y un artista que la interpreta de manera magistral. Entre boleros, cuecas, corridos y cumbias se va construyendo una historia musical que nos atrapa de principio a fin.

“Amores de cantina” es una obra imperdible. Su recurso mejor empleado es el sentido tragicómico por medio del cual transita el argumento. Los espectadores tienen tiempo para reír y sentir nostalgia y empatía con cada uno de los personajes. Al final, entre vítores y aplausos sonoros, se termina por agradecer de corazón el haber estado frente a tan magno espectáculo.

Juan Radrigán jamás morirá. Su obra es eterna en nuestra memoria y reestrenos como este, justifican lo dicho. Totalmente recomendable para disfrutar de un espectáculo cargado de talento y pasión sin igual.

A continuación, nuestra cobertura fotográfica: