Por Jorge Fernández.
Siempre que se habla de los albores del punk rock, a nuestra cabeza llegan postales instantáneas de los Ramones, Sex Pistols o The Clash. Sea en Nueva York o Londres, con cabelleras largas o pintarrajeadas, recordamos una segunda mitad de la década de los setenta con anarquía, tres acordes y descontrol. Y es que la imagen es similar para todos quienes disfrutamos de las guitarras desperfiladas, de las baquetas sin control y de las canciones breves y directas.
Muchos los incluyen en el podio, mientras otros les dan un lugar más rezagado. Lo cierto es que Dead Kennedys llegó para cambiar ciertas facetas irrestrictas hasta el momento de su aparición. Sea la primera, segunda o tercera ola, los oriundos de San Francisco irrumpieron con todo a principios de la década ochentera con su disco Fresh Fuit for Rotting Vegetables. En esta etapa se centra el periodista y autor inglés Alex Ogg en su libro sobre la agrupación estadounidense y que fue recientemente publicado por Santiago Ander Editorial.
La gracia principal que determina el escrito radica en que la historia se va construyendo a partir de una investigación acuciosa desde el punto de vista musical y sociológica por parte de Ogg y que, además, le da un protagonismo exclusivo a los comentarios directos de los integrantes de la banda, artistas que, por lo demás, chocan una y otra vez en sus recuerdos y puntos de vista. Recordemos que el disco mencionado es el primer y único trabajo con cartel original completo.
East Bay Ray en guitarra, Ted en la batería, Klaus Flouride en bajo, el excéntrico Jello Biafra en voz y un intermitente 6025 como un segundo guitarra, conformaron lo que fue Dead Kennedys por allá por 1978. Destacaban en ellos el deseo de sacar el estigma simplista que marcaba a las bandas punk. Talento había por montón. Y por sobre todo crítica social, pero no de la forma establecida, sino con una acidez deslenguada y, muchas veces, incomprendida. Dentro de las páginas se describe a la banda como un símbolo del fin del sueño americano, como el declive total del concepto imperialista.
Hay un par de premisas importantes para destacar: si te quedas con el título de la canción o con lo superficial y no te adentras en las letras, será muy difícil no sentirte en un terreno hostil. “Kill the Poor”, “California Uber Alles” o “I Kill Children” nos remiten inmediatamente a situaciones socialmente criticables, no obstante, son también la prueba insoslayable de que la banda no se manejaba en base a interpretaciones básicas. Alex Ogg se acerca a esas letras y a las repercusiones que han tenido, incluso hasta nuestros días.
Por supuesto que en el libro también se incluye un espacio dedicado especialmente al frontman Jello Biafra, un sujeto cuyo descontrol en el escenario y el aventón descontrolado encima del público marcaron una tendencia imperecedera en la música rock. El periodista inglés no solo indaga en cómo nació esa figura icónica, sino que habla de los constantes desacuerdos con sus compañeros de banda. Así desde entrevistas recientes, se construye un pasado muy distinto dependiendo a quien se le pregunta. Las contradicciones, principalmente entre Ray y Biafra, en cuanto a letras y situaciones vividas solo alimentan aún más la leyenda de la banda. No hay una verdad escrita en piedra y, a partir de los tratos despectivos de una y otra parte, al parecer, tampoco la habrá jamás.
Se incluye además en el libro un importante archivo visual de la banda que incluye el logo icónico que los caracteriza. La mayoría a cargo de Winston Smith (seudónimo que se asocia directamente con el protagonista de la novela “1984” de George Orwell), quien también realizó una serie de diseños dadaístas tanto controversiales como admirados.
Para terminar, decir que este solo es el principio de una carrera sobrepoblada de tropiezos, recaídas, dimes y diretes. Tal como cierra Ogg “El primer capítulo de la historia de los Dead Kennedys estaba completo. Por lo menos otros dos grandes álbumes, así como demandas judiciales, arrestos policiales, cargos de censura, conciertos alborotados por completo, Penis Landscape, Tipper Gore y The Oprah show, estaban por delante. Sin embargo, algún otro pobre bastardo puede ocuparse de eso” (109).
Puede que, en ese caso particular, este bastardo se repita escribiéndolo acá.