Por Jorge Fernández.

Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda nos malacostumbraron. Desde 2007, con su ópera prima El Pejesapo, traen a la pantalla un cine diferente, directo y atrevido. Uno que pisa fuerte y no crea realidades ni las dibuja con colores inexistentes, sino que toma gajos maduros de sinceridad social y nos los hacen explotar en la cara cual bombas de racimo.

A la fecha, son cinco las producciones a su haber. La última de ellas se llama Harley Queen, un relato que aborda un fragmento de vida de la stripper Carolina Flores, con alias de la heroína de DC para sus presentaciones y con residencia en Bajos de Mena, Puente Alto, aquel mismo sector estigmatizado donde alguna vez “brillaron” las famosas casas Copeva.

La gracia que tienen las imágenes que se muestran en la pantalla es que se ven reales, sin premeditación asociada ni recursos estilísticos para que el producto se adorne con elementos que no le corresponden. No hay intervenciones ni explicaciones. La cámara funciona como un narrador testigo que retrata una vida llena de altibajos, cruda y transparente. Los sentimientos se dibujan sin tapujos: la sangre, la muerte, el baile, los conflictos y la telaraña de acciones que se intenta desenmarañar.

El denominador común de las historias se llama marginalidad. Esa sociedad que se apera a la periferia y que vive en total anonimato para el resto de la población flotante de una ciudad fragmentada socioeconómicamente. La diferencia eso sí, es que estas personas excéntricas no son víctimas oprimidas ni se muestran reflejando pena o rabia por la situación en que se encuentran. Es la vida misma, nada más. Pero una vida que saca ronchas y que debiese ser vista por todo quien no sienta que la vida es abismantemente diferente según el sector donde te encuentres.

La protagonista rasguña las piedras. Crea una productora, práctica poledance, adquiere destrezas y saca dividendos. No siempre son réditos increíbles, pero le sirve para paliar tragedias pasadas que aún no cicatrizan y matices del presente que hacen que naufrague a la deriva sin ahogarse en ningún momento, pero con evidente cansancio de supervivencia.

La historia no es conmovedora ni apremiante. El documental nos da un golpe de realidad y somos nosotros los que tenemos que ver si el puñetazo nos deja marcas en el rostro despreocupado o seguiremos siendo entes ajenos a un país que vive de las caretas autoimpuestas por el metro cuadrado donde te desenvuelves día a día.

El cine con mirada social de Adriazola-Sepúlveda pega fuerte y gusta más aún. Conviene darse un paseo por su filmografía y desembocar en Harley Queen. La marginalidad se mimetiza con el sentido común y la idea es que esa incomodidad repentina se transforme en empatía y comprensión. En caer en cuenta que la realidad, a veces, tiene más sentido cuando no se le adorna con pomposidades o relatos exagerados por la ignorancia con el fin de causar pena, sino que, por lo menos por unos cuantos minutos se describe la vida tal como es o como no debiese ser. Disponible en Centroartealameda.tv