Por Jaime Farfán.

Hasta hace un par de décadas, no conocíamos casi nada de la música de Rusia. El gran imperio de Europa Oriental había sufrido durante mucho tiempo el aislamiento impuesto por su distancia geográfica, así como por un complejo escenario político mientras atravesaba varias guerras. Existía un muro impenetrable entre las culturas occidentales y la rusa, y fue muy poca la información que logró atravesarlo. Los pocos artistas de la época que pudieron superar la barrera de la censura, amparados por la clandestinidad, revolucionaron las mentes de los jóvenes de la unión soviética, sedientos por una chispa de inspiración que encendiera la creatividad tras la prolongada sequía cultural. Imitaron esos sonidos nuevos para hacerlos totalmente propios.

De esas bandas iniciales no supimos mucho, pero inspiraron a una siguiente generación de músicos que, desde hace unos cuantos años, no dejan de conquistar oídos a lo largo del mundo y, en particular, en Latinoamérica. De esa camada, uno de los nombres más importantes es Motorama, pioneros del revival del post punk, que ya hicieron de Blondie su hogar, y regresarán al subterráneo de Unión Latinoamericana el próximo sábado 24 de febrero a Chile, para el esperado reencuentro con sus seguidores locales.

La banda, que se formó azotada por los fríos vientos marinos del puerto de Rostov-on-Don, es fruto del esfuerzo de Vladislav Parshin, quien lleva casi veinte años pilotando el proyecto después de unos tumultuosos inicios. Inspirándose en la música que escuchó mientras crecía, proveniente del cine y televisión soviéticos de los ‘80 y ‘90, y de los discos de new wave y punk de su padre carpintero, el joven guitarrista partió autogestionado, participando en varias tocatas locales, con mucho entusiasmo por aprender a mezclar y trabajar su sonido. Las primeras grabaciones, basadas en demos caseros, conformaron los primeros EPs, Horse y Bear, pero tras la salida del bajista Egor Laktionov, el grupo requirió reformarse por completo, pasando a ser cinco en sus filas.

Tratando de hacer música sin altas expectativas, solo por amor a practicarla, empezaron con el pie derecho tras lanzar Alps, a mediados del 2010. Descrito como el hijo entre Joy Division y The Smiths, es una poesía al post punk primordial, bruto, recargado de belleza y melancolía. Aunque es el álbum debut, aún es el favorito de varios seguidores, por su sencillez y su fórmula directa y audaz. Singles como “Ghost” , “Wind in Her Hair” y “Ship” son los más coreados en los conciertos en vivo, ya casi dos décadas después suenan deliciosamente atemporales. Terminaron de consolidar su éxito con el lanzamiento de Calendar el 2012, que los llevó por toda Europa, con exitosas giras y el relanzamiento mundial del primer disco.

A pesar de que las comparaciones con la banda de Ian Curtis no pararon de llegar, poco y nada le importaron a Vladislav Parshin, quien no se detuvo en su búsqueda de conquistar y explorar todas las caretas del post-punk. Un género que ha cultivado de manera extensa en una discografía que ya incluye siete discos. Aunque los ritmos lentos, fríos y sombríos no dejan de evocar aquella melancolía en la que Joy Division se hizo experto, al incorporar distintos sonidos provenientes del pop ruso y el indie pop fueron poco a poco encontrando un sonido propio y característico, que brilla con fuerza en placas como Many Nights, Poverty y el ajetreado Before the Road.

Ahora es el turno de Sleep, and I Will Sing, el último álbum que Motorama lanzó el 2023 y que los trae en su gira promocional de regreso a Santiago. Siete temas que se proyectan en conjunto como una travesía a través de cumbres ruidosas y melodiosos valles, donde ejercitan una vez más la fórmula que manejan con pericia. Los bajos golpean fuerte en “Twilight Song”, contrastando con la suave “Next to me”. Con ese disco bajo el brazo, regresan al país con una conformación simplificada, que incluye al líder acompañado de Irene Parshina en el bajo y Mikhail Nikulin en la batería. No necesitan otra cosa para llenar Club Blondie de las maravillas hipnóticas provenientes de su propia dimensión, invocada mediante una mezcla melosa de guitarras distorsionadas, voces oníricas y profundos bombos, para que entre las densas olas puedas sumergirte, disociarte un momento y escapar lejos.

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