Natalia Lafourcade en Teatro Coliseo: Noche de corazones llenos
1 de septiembre 2017.

Por Johanna Dagnino.
Fotografías por Francisco Aguilar A.

La noche de viernes el Teatro Coliseo de Santiago se vio con un lleno total, un lleno que no solo contaba con cientos de personas esperando por ver a la talentosa mexicana Natalia Lafourcade, sino que, además, llenó el teatro con puro amor. De esto se trató la noche: de la química que tiene Lafourcade con su público y cómo éstos le devuelven esa química con puro amor. Eran las 20:50 y ya el teatro se veía lleno, la gente empieza a aplaudir tímidamente, como si temieran asustar a su artista, y continúan hasta que se apagaron las luces a eso de las 21:15. El escenario se tiñe de luces azules, uno a uno suben los músicos y aparece la mexicana quien es ovacionada en medio de una emoción desatada.

Todo comienza con “Vámonos negrito” y con una voz que repleta el Coliseo con su potencia y dulzura. Cada nota alargada hace explotar al público con una admiración total mientras palmean al compás de la canción para ver bailar alegremente a la cantante. Lo que viene es uno de esos temas que te llega al alma, Lafourcade toma entonces su guitarra y nos regala “Hasta la raíz”, tema que finaliza en la voz de los asistentes que respondieron la misma dulzura que estaban recibiendo. Sigue entonces “Lo que construimos” y la artista se quiebra al llegar al cuarto verso de la canción al ver la respuesta de un público que corea desde lo más profundo de sus estómagos cada letra. Todos se mueven dulcemente al ritmo de la canción, se contornean en medio de un sonido impecable.

Tras los primeros tres temas Natalia Lafourcade da la bienvenida dando cuenta del calor que se siente en este teatro lleno. Recibe del público una pequeña bandera venezolana, la muestra a la audiencia y nos habla de la emoción que siente al estar aquí. Según la mexicana estar en Chile, estar por estas latitudes de Latinoamérica compartiendo su arte, se sentía como un sueño lejano. Confiesa ser mitad chilena, que hace siete años había regresado para contactar con su familia y que, en ese entonces, jamás pensó que llegaría a estar aquí con su música.

El canto de Lafourcade es sentido, proviene del corazón y se refleja en cada nota que comparte con nosotros. Así queda claro con “Tú me acostumbraste”, donde su voz dulce alcanza una amplitud mágica de registros. Habla entonces de sus músicos, explica que Los Macorinos no pudieron acompañarla hasta aquí porque ya son “muy grandes” y no pueden viajar tanto y tan lejos, pero que los músicos que la acompañan son tremendos. La cantante refleja una cercanía y una ternura total en cada una de sus intervenciones, una persona genuina que está por las razones correctas sobre el escenario. Explica también el origen de Musas, su último disco con el que buscaba explicarse a sí misma como música entre estos artistas latinoamericanos que han sido una verdadera inspiración para ella y, aunque la idea original no era componer, estas musas la inspiraron para crear el tema con el que continúa: “Soledad y el mar”.

El público sigue cantando suavemente cada canción sin fallar, Lafourcade tiene una sonrisa honesta y la expande a cada persona que la acompañó esta noche de viernes. Entonces, uno ve que lo que comparte la artista mexicana con el público no es solo química o simpatía: es amor puro y dicha compartida por coincidir en el mismo espacio y en el mismo tiempo. “Qué he sacado con quererte” es un momento único, las luces la atraviesan y juegan para crear un ambiente que roza lo místico entre el humo y los rayos que se proyectaban más allá del escenario. Supo encontrar la fórmula perfecta entre las raíces de la canción con una conciencia moderna: muestra ejemplar de la inteligencia y talento que Natalia tiene de sobra. Al terminar la canción el público se torna eufórico, como si sintiesen que ese momento es parte de nuestra herencia e identidad.

Esta mexicana de metro sesenta sabe hacerse grande. Vuelve a tomar la guitarra y suenan “Ya no te puedo querer” y “Nunca es suficiente”. Las cámaras salen instantáneamente y el público canta, baila y actúa las letras. La cantante le cede los coros al público mientras, cerca de la barricada, trinchera fotográfica, una pequeña niña de unos cinco años baila en círculos. De pronto, la guitarra queda a un lado y ella se dirige al piano. Es un verdadero privilegio verla, tiene el don de emocionar con cada nota que entrega. Suena entonces “Palomas Blancas”, un tema que emociona hasta la última fibra del ser: “Tierra abrázame, abrázame con tu luz, escucha mis pasos camina, mi alma respirar en tus brazos”. Continúa con “Amor de mis amores” y se convierte instantáneamente en una de las canciones más coreadas por un público que responde a cada señal de la artista, quien con una mirada les hace entender que la canción queda en sus voces y los hace subir el volumen inmediatamente en sus gargantas. Una atmósfera mágica propiciada por luces que forman un arcoíris.

El ambiente se siente como agua, fluyen las notas, los colores de la voz de Natalia Lafourcade y los rayos de luz que se proyectan por todo el teatro. “Mujer Divina” suena de fondo, se refleja la influencia de Agustín Lara en la mexicana, quien evidentemente se ha empapado en aquellos estandartes de la música latinoamericana y la ha llevado a abrazar un sonido propio. Este sonido propio queda plasmado de forma clara en los siguientes temas sacados del baúl de los recuerdos: suenan en modo crossfade “Amarte duele”, “Casa” y “En el 2000”. Las palmas son automáticas, el público baila y recuerda esta otra época. En medio de esto, Natalia recibe una rosa de madera y refleja esa plenitud y felicidad única de quien goza cada segundo de lo que hace, tal como dice en “Casa”, ella le pone “manzanas de felicidad” al escenario y las comparte con nosotros.

Lafourcade vuelve a hablarnos, lo hace constantemente, comparte cada reflexión con su público. Cuenta la historia de su siguiente tema: una recopilación polifónica de historias que llegaron a ella, una canción que siente de toda Latinoamérica y que habla de la necesidad de vivir en libertad de espíritu, vivir en paz y con amor, de la importancia de exigir nuestros derechos y despertar la conciencia. “Un derecho de nacimiento” trata de eso, de “crear un canto para poder existir, para mover la tierra a los hombres y sobrevivir”. Es impactante como una mujer que se ve tan pequeña y frágil plantea esta consigna con una voz tan potente, una voz fuerte que parece sacada de un sueño y que, acompañada por tremendos músicos, logra una armonía perfecta para “perseguir a la felicidad”.

Las tres últimas canciones serían “Mi lugar favorito”, “Limosna” y “Ella es bonita”. Una curiosidad de la noche fue precisamente en medio de “Limosna”, cuando una mosca se para en el whiskey de la cantante y ella nos hace parte de ese momento con una espontaneidad y naturalidad que son envidiables. La mexicana lanza un chiste sobre la mosca y sigue cantando. Habla también de su etapa experimental y de cómo un hombre que le rompió el corazón la llevó a escribir “Ella es bonita”. Cuando se apagan las luces del escenario pasan tres minutos en los que el público no quiso detenerse. Regresa Lafourcade para la extensión y cuenta del nerviosismo que le generó cantar a Violeta en tierra chilena. Cuenta además que ahora cantará en solitario una canción que suele presentar junto a Gustavo Guerrero, venezolano que la acercó a la música del Tío Simón. Suena por primera vez “Tonada de Luna Llena”. Lafourcade queda tan sorprendida por el acompañamiento del público que coreó cada palabra que pidió volver a repetir la canción para poder grabarla y mostrársela a su amigo Gustavo. El ambiente es de una naturalidad suprema, abismante: Se equivoca en la letra para en seco aun cuando el público la siguió en el error, y retoma la letra según correspondía.

La noche continúa con las narraciones de la mexicana: ahora viene una canción que le escribió con todo el amor posible a su tierra, para alegrarla y darle cariño, para recordar las cosas lindas y exorcizar todos los males que la golpean. “Mexicana hermosa” resuena mientras una bandera venezolana ondea entre el público. Vuelve a subir la banda para acompañarla y remata entonces con “Para qué sufrir”, “Soy lo prohibido”, “Mi tierra veracruzana”, “Te vi pasar” y “Tú si sabes quererme”. Pocas palabras caben para explicar la sensación de alegría y ternura que queda después de escuchar a esta tremenda artista, completa en todos los sentidos, que sigue sintiendo ese vértigo al subir al escenario y cuya sensación adictiva la llevó a querer dedicarse a esto para toda la vida. Natalia Lafourcade, voz única y artista virtuosa que te deja con el corazón lleno y una sonrisa contagiosa mientras caminas a la salida del teatro, de vuelta a tu realidad, un poco más feliz.

Setlist:
Vámonos negrito
Hasta la raíz
Lo que construimos
Tú me acostumbraste (Frank Domínguez)
Soledad y el mar
Qué he sacado con quererte (Violeta Parra)
Ya no te puedo querer
Nunca es suficiente
Palomas blancas
Amor, Amor de mis amores (Aguistín Lara)
Mujer divina (Agustín Lara)
Amarte duele
Casa (Natalia y Lafourquetina)
En el 2000
Un derecho de nacimiento
Mi lugar favorito
Limosna (Agustín Lara)
Ella es bonita

Encore:
Tonada de luna llena (Simón Díaz, tocada dos veces en versión acústica)
Mexicana hermosa
Para qué sufrir
Soy lo prohibido
Mi tierra veracruzana
Te vi pasar
Tú si sabes quererme

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