Roger Waters en Chile: Del equilibrio entre la forma y el contenido
Estadio Nacional, 14 de noviembre 2018.

Por Francisca Neira.
Fotografías por Francisco Aguilar A.

Anoche, por fin, se concretó una de las noches más esperadas del año así como, también, una de las más impactantes y grandilocuentes en cuanto a espectáculos musicales se refiere: la cuarta visita a Chile del bajista, compositor y fundador de Pink Floyd, Roger Waters. La extensa jornada vivida hace unas horas en el Estadio Nacional estuvo compuesta por clásicos de la banda británica, temas del último disco de Waters, Is This the Life We Really Want? (2017), homenajes, sorpresas y un caudal de emociones que fluyeron tema tras tema, imagen tras imagen, momento tras momento.

Haciendo gala de una puntualidad británica, a las 9 en punto se apagaron las luces del coloso ñuñoíno y en una enorme pantalla que cruzaba la cancha del recinto aparece la imagen clara y serena de una persona sentada mirando un humedal. Por los parlantes suena el agua y, más fuerte aún, el viento. Con el correr de los minutos, al ver la proyección inalterable, no nos queda duda alguna de que es una invitación a la contemplación, a la calma en medio de gente que sigue llegando y ubicándose, el “¡maní, maní!” y el “señora, está sentada en mi puesto”. Así y todo, con algo más de silencio y tras diez minutos del sonido extraño de una costa en pleno estadio, comienzan a sonar unas voces, primero tribales y después corales, siempre extrañas e infantiles y que se intensifican a la vez que el cielo de las imágenes se torna rosa, rojo pasión, un hoyo negro que lo succiona todo y entonces parte “Speak to Me” que, elegantemente, se fusiona con “Breathe”, una de las canciones más bellas del repertorio pinkfloydiano que sonará durante la noche.

Sí, porque pese a lo rimbombante de la promoción en torno a la figura de Roger Waters como líder indiscutido de la gira, existe una consciencia instalada acerca del origen de la mayoría de las canciones interpretadas en el show que, si bien fueron creadas por él, se hicieron grandes en la construcción colectiva junto a su banda de origen. Hoy, más de 30 años después de la disolución de Pink Floyd, sobre el escenario la distribución del protagonismo sigue siendo equitativa entre los actores que lo pisan, cada uno de los cuales tiene un espacio y un momento para brillar, algo que quedó ampliamente demostrado en “The Great Gig in the Sky” en la que las voces de las coristas Jess Wolfe y Holly Laessig se roban la atención en un duelo/dueto que eriza la piel y cautiva a los presentes; la participación incombustible del saxofón de Ian Ritchie, antiguo colaborador de Waters que, sobre todo hacia la última parte del show, marcó presencia e identidad; la de Jon Carin, mítico colaborador de la banda creadora de A Momentary Lapse of Reason (1987) y The Division Bell (1994) y, finalmente, la participación del guitarrista y vocalista Jonathan Wilson que tuvo la particularmente difícil tarea de suplir el rol de David Gilmour en la interpretación del setlist y que sin caer en la imitación o el parecido forzado, salió más que airoso de los desafíos que significaron “Time”, “Money” y ese neo clásico en el que se ha convertido la sobrecogedora “Comfortably Numb” y que vino a poner el broche de oro en un show que dejó el estándar en su punto más alto para los megaeventos que visiten estas tierras de aquí en adelante.

En todo caso, el protagonismo de la noche no solo lo compartieron los músicos sino también la puesta en escena, el aparataje que implica el espectáculo que Waters mueve a cada rincón del mundo para producir sensaciones y crear una imaginería particular capaz de transportar a cualquiera desde su asiento a un mundo desconocido y personal. “Welcome to the Machine” suena apocalíptica y oscura mientras las animaciones de ratas famélicas y esqueletos descabezados contrastan con los intensos fucsias, calipsos y rojos que tiñen la pantalla; las imágenes de Trump en “Picture That” y las fotos de archivos y collages de aires steampunk que acompañaron cada canción completaron lo que sería uno de los pilares de este megaevento: el cautivar el sentido de la vista para provocar un éxtasis multisensorial.

Como era de esperarse, no todo en el show fue música, luces y apelación a los sentidos, sino que también a la conciencia. Es sabido que Roger Waters es un activista empedernido y que eso se ha reflejado siempre en sus creaciones, algo que estuvo presente durante todo el show pero que se acentuó tras los 20 minutos de receso que cerraron la primera hora y durante los cuales se sucedieron en la pantalla mensajes que llamaban a resistir a Mark Zuckerberg, al antisemitismo, a la alianza iglesia/estado, entre otras cosas, cerrando con un certero “puedes ser nuestro hermano o puedes ser el Gran Hermano, pero no puedes ser ambos”. “Dogs” partió con la imagen de una industria en la pantalla para que de ella misma salieran las cuatro chimeneas humeantes que entregaban un mensaje anticapitalista y que dieron paso a una performance de los músicos en la que todos celebraron con máscaras de cerdos y champaña mientras Waters levantaba primero un cartel que señalaba que “pigs rules the world” para dar paso al más incendiario “fuck the pigs” y dar comienzo a la canción que lleva el mismo nombre del animal y a una serie de imágenes alteradas de Trump con cuerpo de bebé, de mujer, con maquillaje, con la capucha del KKK, entre otras formas y atuendos. Para coronar, un cerdo inflable gigante sale a recorrer la cancha con el mensaje impreso “stay humans” y “sean humanos” por el otro costado. Así, fuerte y claro el mensaje de Waters que terminó con un “Trump es un cerdo” en letras blancas sobre un fondo negro.

¿Y los momentos más emotivos de la noche? Obviamente, los clásicos. “Wish You Where Here” fue la más coreada y aplaudida de la noche y “The Wall” en su segunda y tercera parte fue uno de los pasajes más emocionantes de la jornada con una docena de niños enfundados en mamelucos anaranjados, cantando el coro y bailando para luego abrir sus buzos y mostrar el “resist” que llevaban en sus pechos. Sin duda un momento que apretó más de algún corazón y que sacó lagrimas de emoción de varios de los presentes. Como si fuera poco y ya nada se pudiera esperar, casi al terminar el show, Waters amplifica el audio de su propio teléfono celular desde donde suena fuerte y claro “El Derecho de Vivir en Paz” en la voz de Víctor Jara, haciendo un homenaje a los asesinados y desaparecidos en dictadura. Un momento que ninguno de los que estuvimos en el estadio olvidaremos jamás y que pone en la palestra la necesidad de rendir este tipo de tributos, no para abrir heridas sino precisamente para sanarlas con dignidad. Épico es un adjetivo que no resulta suficiente.

Ya en los últimos acordes, Waters baja del escenario, le da la mano al público de las primeras filas y cierra un show complejo y maravilloso que aunó tantas formas y contenidos como le fue posible. Los efectos de luces, la calidad del sonido, las pocas pero sensatas palabras que nos regaló el bajista quedan en nuestra memoria y en la conciencia de que espectáculos de este tipo debieran ser una obligación para todos, al menos una vez en la vida.

Setlist:
Intro
Speak to Me / Breathe
One of These Days
Time
Brathe (reprise)
The Grat Gig in the Sky
Welcome to the Machine
Dèja Vu
The Last Refugee
Picture That
Wish You Where Here
The Happiest Days
Another Brick in the Wall part 2
Another Brick in the Wall part 3

Encore:
Dogs
Pigs (three different ones)
Money
Us and Them
Smell the Roses
Brain Damage
Eclipse
El Derecho de Vivir en Paz
The Gunner’s Dream
Comfortably Numb

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