Por Jorge Fernández.

“En Memphis lo saben todos, pero es gente muy discreta y no dice nada” así reza parte de la canción del argentino Andrés Calamaro y en cierta forma esa surrealista ficción se transforma en realidad con The King, uno de los documentales más importantes que trae la quinceava versión del Festival de documentales musicales más importantes de nuestro país.

In-Edit viene a ser la apología de la música a través del Séptimo Arte y el documental sobre el idolatrado y anacrónico Elvis Presley es una gran muestra de ello. No solo por su calidad sino por ese grado de originalidad que puedes encontrar a partir de una figura que ha sido retratada en innumerables ocasiones.

Montado en el Rolls-Royce del artista, el cineasta Eugene Jarecki recorre puntos neurálgicos de Estados Unidos donde nació, creció y vivió Elvis Presley. Desde su anonimato, pasando por su repentina fama hasta la degradación misma de una figura que sintió el pesar de la atención y el ruido de las masas. En el asiento trasero del vehículo, suben artistas de los distintos estados y distritos norteamericanos además de la participación de estrellas de la talla de Ethan Hawke, Ashton Kutcher y Alec Baldwin por nombrar solo a algunos.

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Parece una carrera eterna, sin embargo, fueron solo 42 años los que Elvis permaneció en esta efímera vida. Murió en su mansión de lujo, es cierto, pero no hay ni un grado victorioso en esa fatalidad. Como un personaje de una tragedia griega. Así es vista su figura condenada a la hostilidad sensorial y al cansancio social.

Elvis está vivo. En el corazón de aquellos fans de la nostalgia. Esos que no se conformaron con su muerte, ni con su triste y soterrado deceso en vida. Elvis está vivo también en este documental, porque la línea de acción no solo lo recuerda como una figura ícono del Rock n´ Roll de los 50s y 60s sino que, de modo estratégico se hace una analogía de su figura comparándolo con la realidad de Estados Unidos, desde ese clásico sentimiento de lograr el sueño americano hasta la triste vergüenza de tener a un presidente como Donald Trump a su mando.

A su vez, otro punto álgido del documental es que Elvis no se mira solo desde lo positivo y altisonante. Hay dos críticas en particular que llaman poderosamente la atención: su música, profundamente contagiosa proveniente de todo el ritmo afroamericano y el constante interés por el dinero que movía su accionar.

En el documental, varias figuras de raza negra hablaron del legado que dejó el rey del rock, legado atribuido a bases explícitas del blues e incluso del gospel, género musical que está protagonizado por coros indistintos y contagiosos, muy comunes en iglesias. Si Elvis hubiese sido negro, nunca habría brillado era una de las premisas que se dibujaban y el mayor respaldo era que las composiciones pertenecían en su mayoría a cantantes afrodescendientes.

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El interés por el dinero es un cuento aparte. El auge y el declive del artista se debió a ello. De músico a actor, de actor a músico y de ahí al portentoso sueño vacuo de terminar tocando en Las Vegas. Mucho de este oneroso estilo de vida se debió a la figura que se muestra como el principal antagonista de la historia: su manager, el “Coronel” Tom Parker. Con ganancias equivalentes entre ambos, este holandés (aunque por mucho tiempo se pensó que era estadounidense) manejó a sus anchas la vida de Elvis por medio del remanente monetario que su ascendente carrera producía pero que, a su vez, lo llevó al triste deceso en que terminó: muerto en su baño de Graceland debido a la ingesta excesiva de pastillas.

Entre escena y escena se va dibujando la desagradable comparación entre un Estados Unidos que parecía ser la potencia más grande del mundo, como lo fue Presley en la música y la irrisoria situación de ver a un presidente irracional como Trump en su mandato acercándolo a los últimos momentos en vida del cantante.

Elvis está vivo porque es una figura portentosa. Solo salió de su país una vez en la vida y no precisamente para tocar su música. A pesar de ello, el mundo entero lo conoce y lo conocerá como The King. Aunque no lo entiendan, aunque no lo quieran, aunque lo idolatren a grito suelto o a silencio templado. El mayor respaldo que justifica la sentencia es que, de vez en cuando, alguien con buen tino realiza una nueva y vistosa creación basada en este gran artista de todos los tiempos. El documental The King es uno de sus ejemplos más recientes.