Por Sebastián Allende.

Un 8 de mayo murió mi tata. Recuerdo que ese día fue muy triste, tenía 14 años y vi llorar a mi primo mayor, el Mauro, a mi abuelita y a mi papá. Ese día me marcó. Un 8 de mayo también, pero de 1994, una banda de Seattle llamada Soundgarden lanzaría la canción “Black Hole Sun”, convirtiéndose en uno de los mayores éxitos de la agrupación y parte indispensable de la colección de cualquier amante del rock alternativo de los años noventa.

Veintitrés años y diez días después, el 18 de mayo del 2017, era de madrugada y las noticias, que poco a poco se viralizaban en las redes sociales, hablaban acerca de una sorpresiva muerte de la que jamás imaginamos que seríamos testigos tan tempranamente. Se hablaba del deceso del cantante Chris Cornell. El golpe fue tremendo para muchos. Recuerdo que esa madrugada viajaba a Valdivia por asuntos laborales y, mientras comenzaba a partir el avión, escuchaba ese primer single del disco Superunknown y debo decir que en ese momento lloré.

Pero ¿por qué alguien, que muchos pueden decir que no tiene relación con uno y que a la vez se puede ver y/o sentir como una persona tan alejada desde su oriunda e icónica Seattle, se podría sentir tan afectado? No sé bien cómo explicarlo.

Para los que amamos la música y, sobre todo la que es buena, sabemos que hay artistas que tienen la capacidad de acompañarnos y ser parte de nuestras vidas a través de canciones que nos recuerdan momentos felices o gloriosos y también, sobre todo, de aquellas que nos han acompañado y nos han ayudado a superar momentos difíciles. Hoy se cumple un año de la partida de uno de esos artistas dueños de un talento maravilloso que tienen la capacidad, más allá de su existencia física, de cobijarnos en su arte.

Chris Cornell fue encontrado muerto en la habitación del hotel en que se hospedaba esa trágica noche de miércoles tras lo que, posteriormente sería confirmado, se configuraba como un suicidio. Había sido un día normal para el cantante ya que horas antes se había presentado junto a sus compañeros de toda la vida, los integrantes de Soundgarden, en un concierto en la ciudad de Detroit.

De acuerdo a sus más cercanos, Chris no era una persona que diera muestras de tristeza ni menos de querer atentar contra su vida, muy por el contrario, en sus redes sociales podíamos apreciar el entusiasmo que lo inundaba por embarcarse en una nueva gira con su banda madre y con las grabaciones que estaba preparando para distintas bandas sonoras y diversos proyectos, tanto familiares como laborales.

Tú fuiste, Chris, uno de los más grandes músicos de tu generación y, por qué no decirlo, de la historia. Fuiste uno de los mejores exponentes de esas canciones que reflejan angustia, inconformidad, pena y dolor que acompañadas de los colores y de la fuerza inconfundible de tu voz hacían que, junto a los sonidos que reflejaban toda esa rica historia y tradición musical del rock and roll, se convirtieran en composiciones realmente sublimes. Con Soundgarden, Temple of The Dog, Audioslave y en tu carrera en solitario canalizaste de la mejor forma posible esas letras que son como la poesía que sobresale entre las sombras, un canto a la tristeza desde la alegría más profunda que constantemente nos invita a ser parte de ella y que, sin importar lo que pasara, nos arropa y acompaña.

Lamentablemente la depresión, esa maldita enfermad propia del siglo XX, tan silenciosa como mortal que en Chile, según datos de la Organización Mundial de la Salud, tiene a más de 800 mil personas mayores de 15 años afligidas, fue lo que sumió a Cornell en una historia marcada por el uso y abuso de medicamentos (entre ellos el Ativan) que serían fundamentales para llegar a este lamentable fin, uno que nos llevó a ser parte de la despedida a un grande. Uno que nadie pensó nunca, que nadie planeó y para el que nadie se preparó.

Un año (cuesta decirlo) ha pasado del deceso de uno de los nuestros, un artista que tenía mucho por entregar y puede que eso sea parte de lo que más nos duela y que cueste asimilar. Ya no vale la pena el lamentar, el sufrir o el llorar, sino que a un año de la partida debemos atesorar el enorme legado musical que Cornell nos ha dejado. En un mundo en que la vida corre a más de 1000 km/h debemos tomar lecciones de lo que fue la muerte de Chris y analizar, visualizar y compartir en nuestro entorno más cercano ese cariño y esa compañía que encontramos cada vez que nos satisfacemos con su arte. Ofrecer un abrazo, una sonrisa y, sobre todo, un minuto para poder compartir y escuchar al otro, es lo que debería convertirse en casi una obligación para todos, pero por el ritmo de vida competitiva y egoísta, es algo que normalmente nos lleva a olvidarlo. A ver si sacamos una lección de todo esto y nos mostramos atentos ante cualquiera que lo necesite. Yo, humildemente desde esta tribuna, espero poder cumplir esa promesa.