Banda invitada: Tierra del Fuego.
8 de octubre 2025.

Por Cristián Zúñiga.
Fotografías por Sebastián Umaña.

El calor del día aún pesaba sobre Santiago cuando las puertas del Centro Cultural San Ginés se abrieron. Afuera, el aire era denso y primaveral; adentro, en cambio, todo se sentía distinto: un frío suspendido, casi medicinal, que invitaba a bajar el pulso, a respirar más despacio. Esa transición del calor de la calle al hielo emocional de la sala fue el primer indicio de lo que vendría: una experiencia más cercana al trance que a un concierto.

El efecto narcótico comenzó con Tierra del Fuego, una banda chilena que entiende que la lentitud también puede tener filo. Su sonido pesado y contemplativo funcionó como la primera dosis de una noche en cámara lenta. En medio de ese paisaje sonoro, Gonzalo Valencia, también miembro de La Ciencia Simple, brilló con una batería tan precisa como emocional: no golpeaba, sino que sostenía, con un pulso que parecía dictado por el ritmo interior del silencio.

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Y entonces, sin ceremonias ni estridencias, apareció Codeine. Lo suyo no es irrumpir, sino emerger, como si el tiempo se abriera un poco y ellos surgieran de otro plano. La banda, formada a principios de los noventa en Nueva York, es una de las piezas fundacionales del slowcore, ese género que eligió caminar donde otros corrían y que decidió convertir la melancolía en un espacio habitable. Su música no busca agradar; busca acompañar, envolver a quienes han conocido la tristeza no como un momento, sino como una geografía.

Desde el inicio, con «D» y «Cigarette Machine», el ambiente se volvió casi táctil. Cada acorde parecía tomar aire antes de caer; cada silencio duraba lo suficiente como para que el público recordara que estaba respirando. La voz frágil y contenida de Stephen Immerwahr se deslizó como un susurro. No pedía atención, la absorbía, como si hablara desde una habitación cerrada en la mitad de la memoria. A su lado, John Engle tejía guitarras suspendidas en el tiempo, y Chris Brokaw mantenía un pulso minimalista, tan contenido que parecía medido con gotero.

Codeine toca lento de verdad, no por estética, sino por convicción. Esa lentitud no es un recurso; es su forma de decir que las emociones más profundas necesitan espacio para expandirse. En canciones como «Barely Real», «Loss Leader» o «Washed Up», la melancolía se despliega sin consuelo, pero con dignidad. Es la música de quien no huye del dolor, sino que se sienta junto a él y lo observa.

Uno de los momentos más sobrecogedores fue la interpretación de «Atmosphere», el clásico de Joy Division, que Codeine transformó en una plegaria propia. No hubo grandilocuencia ni artificio, solo un eco contenido, un homenaje a la fragilidad humana. En sus manos, la canción dejó de ser un tributo y se volvió un espejo. Más adelante, «Cave-In» marcó el punto más profundo del viaje: una caída controlada, donde cada nota parecía sostener un peso invisible. Y el cierre con «Broken-Hearted Wine» dejó al público en un silencio que no pedía aplausos, sino comprensión. Nadie se movía; nadie quería romper el hechizo.

Pero si algo sorprendió tanto como la música fue la cercanía de los tres integrantes. En contraste con la densidad emocional de su repertorio, Codeine se mostró cálido, atento y profundamente humano. Sonreían tímidamente, agradecían, se detenían a mirar al público con genuina curiosidad. No había pose ni distancia, solo la sensación de estar compartiendo algo íntimo, un lenguaje común hecho de pausas, miradas y gratitud. Al finalizar el concierto, bajaron del escenario para conversar, tomarse fotos, firmar discos y compartir un momento con quienes los habían esperado por años. Y cuando todo parecía haber terminado, los tres salieron a la calle, aún rodeados de gente, conversando con calma, riendo, disfrutando del aire tibio de la noche. Ese gesto sencillo cerró la experiencia con una calidez inesperada: la melancolía había dejado de ser un muro para convertirse en un espacio compartido.

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Cuando la banda finalmente se despidió, el aire quedó denso, casi inmóvil. Afuera, la ciudad seguía cálida y viva, pero dentro de cada asistente quedaba una escarcha emocional, una calma triste y reconfortante. Ver a Codeine fue más que asistir a un concierto: fue presenciar la humanidad detrás del silencio. Su música no cura, pero acompaña; no promete alivio, pero ofrece compañía en los lugares donde duele estar solo. Y en esa honestidad tan humana, tan cálida y tan frágil reside su belleza.

Setlist:
D
Cigarrete Machine
Barely Real
Loss Leader
Median
Washed Up
Tom
Jr
Sea
Pickup Song
Atmosphere (Cover Joy Division)
Pea
Cave-in
Promise Of Love
Broken-Hearted Wine

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