Bandas invitadas: Special Cases y Dinastía Moon
4 de diciembre 2025.
Por Cristián Zúñiga.
Fotografías por Marcelo González.
Este jueves 4 de diciembre, Blondie volvió a convertirse en un santuario eléctrico. Desde temprano podía sentirse esa mezcla de ansiedad y devoción que solo aparece cuando una banda de culto regresa a una sala donde su música respira con naturalidad. Las conversaciones en los pasillos, las miradas cómplices y la sensación de estar frente a una noche importante marcaban el ambiente incluso antes de que se apagaran las luces. The Brian Jonestown Massacre volvía a Santiago un lugar donde mantienen un seguimiento fiel desde hace más de dos décadas y todo anunciaba que la velada no sería solo un concierto, sino un rito: una misa psicodélica donde la repetición, la entrega y la tensión formarían su propio lenguaje espiritual.
La jornada comenzó con Special Cases, quienes abrieron el portal con una psicodelia expansiva y atmosférica: capas de guitarra en suspensión, pulsos repetitivos y un clima hipnótico que preparó a la audiencia para entrar en ese estado de trance que caracteriza a las liturgias musicales más intensas. Su presentación fue como cruzar un umbral. Luego, Dinastía Moon elevó la energía con un enfoque más rítmico y corporal, sin perder la atmósfera mística ya instalada. Su mezcla de oscuridad, groove y magnetismo reforzó la idea de que la noche avanzaba hacia un punto de no retorno.


Cuando finalmente The Brian Jonestown Massacre tomó el escenario, Blondie se sumió en una expectación casi silenciosa. Ahí estaba Anton Newcombe, magnético e impredecible, con ese temperamento tan comentado como parte esencial del mito de la banda. A ratos dejaba asomar gestos, comentarios o miradas que recordaban esa intensidad característica, pero nunca en un tono negativo; más bien como una reafirmación del papel que cumple dentro del rito. Entre sorbos de botella y pausas para fumar en el escenario, Anton y la banda reforzaban esa atmósfera de entrega despreocupada, casi artesanal, que vuelve cada presentación un acto irrepetible. El público sabe a lo que va. Esa tensión es parte del encanto, del pacto tácito que vuelve sus presentaciones actos singulares, casi ceremoniales.
El sonido arrancó sorprendentemente claro desde el primer minuto: guitarras definidas, un bajo profundo que sostenía el trance colectivo y una batería firme que mantenía a la banda en un pulso casi ritual. Blondie, en esta ocasión, funcionó como un templo: un espacio cerrado, cálido y resonante donde la música parecía expandirse verticalmente más que horizontalmente. El viaje comenzó con “Whoever You Are”, una apertura suave y envolvente que funcionó como un llamado inicial, casi como la invocación de una ceremonia. Luego “Vacuum Boots” encendió la sala con su espíritu garage, aumentando la energía sin quebrar el clima denso que la banda iba construyendo. Con “Do Rainbows Have Ends?”, el tempo cayó hacia un terreno más contemplativo, como si la sala entera respirara más lento, entrando en una especie de recogimiento colectivo.
“#1 Lucky Kitty” y “Fudge” reforzaron esa mezcla de psicodelia flotante y tensión latente, con guitarras circulares que parecían girar en torno a un mismo punto. La vibra cambió con “That Girl Suicide”, un momento donde nostalgia, electricidad y devoción se mezclaron en una reacción inmediata del público: un estallido silencioso, casi reverencial, que se sintió como el primer gran gesto de comunión de la noche. Con “Days, Weeks & Moths”, la atmósfera descendió hacia un tono más lento y suspendido, mientras “Don’t Let Me Get in Your Way” devolvió un pulso más terrenal. Todo preparó el terreno para “When Jokers Attack”, recibida como un mantra esperado. Ahí se sintió la energía de una misa en la que todos conocen el pasaje principal: una explosión contenida, repetitiva, profundamente emocional.
El viaje continuó con “Sailor”, sosteniendo un beat hipnótico que atravesaba la sala, hasta llegar a “Anemone”, el punto más emotivo de la noche. En ese instante ocurrió algo distinto: una calma luminosa descendió sobre Blondie. Las miradas fijas hacia el escenario, la voz tenue, la manera en que la banda extendió cada compás… todo hizo que el momento adquiriera un aura ceremonial. Fue el clímax espiritual del rito.
La recta final “Pish”, “Servo” y “Super-Sonic” condensó el caos controlado, la repetición hipnótica y la electricidad emocional que define a BJM en vivo. Un cierre que funcionó como la última invocación: intensa, expansiva y absolutamente absorbente. Entre cada canción, las pausas extensas se convirtieron en parte esencial del rito. Nadie reclamaba ni se inquietaba; al contrario, esas pausas se vivían como momentos de decantación, instantes necesarios para que la energía mutara antes de continuar. El público, inmóvil pero entregado, esperaba el siguiente movimiento de Anton y compañía como quien observa a un oficiante preparar el siguiente acto de una ceremonia. Esa quietud compartida terminó siendo uno de los rasgos más especiales de la noche.
La conexión entre banda y audiencia fue total. No se trató de un concierto para saltar o gritar, sino para rendirse a un estado común: un trance emocional donde la música guiaba los tiempos, el pulso y la respiración de la sala. Al salir de Blondie, la sensación era clara: más que un show, fue una misa. Un encuentro donde tensión, devoción y psicodelia coexistieron sin contradicción. Y esa es, quizás, la verdadera magia de The Brian Jonestown Massacre: no tocar canciones, sino conducir una ceremonia emocional que, cuando termina, deja la impresión de que algo sagrado aunque sea fugaz ocurrió ahí adentro.
Setlist:
Whoever You Are
Vacuum Boots
Do Rainbows Have Ends?
#1 Lucky Kitty
Fudge
That Girl Suicide
Days, Weeks & Moths
Don’t Let Me Get in Your Way
When Jokers Attack
Sailor
Anemone
Pish
Servo
Super-Sonic
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