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Tiamat llega a Chile: La metamorfosis interminable

Por Ricardo Olivero.

Hay regresos que se esperan con ansiedad. Otros, con cariño. Y están los regresos que parecen casi míticos, de esos que uno comenta entre amigos como si fueran una leyenda urbana. El regreso de Tiamat, dieciséis años después de su última presentación en el Teatro Teletón junto a Moonspell (otra bestia del metal en constante mutación sonora), pertenece a esa categoría: la del retorno improbable, la del nombre que vuelve cuando ya parecía haberse rendido ante su propia sombra. Y es justamente eso lo que hace tan especial su concierto del jueves 11 de diciembre en Club Blondie: el reencuentro con una banda que nunca tuvo miedo de cambiar, mutar, abrasar su propia historia y escribir otra distinta.

Porque hablar de Tiamat es hablar de transformación. No de esa que se anuncia como un gesto vacío, sino de la real, la incómoda, la que obliga a dejar atrás pieles viejas, aunque duelan. Desde sus días primigenios en el black y death metal más filoso, pasando por la densidad doom de comienzos de los noventa, hasta esa deriva atmosférica, gótica e incluso electrónica que marcó su etapa más reconocible, la banda comandada por Johan Edlund jamás se resignó a quedarse donde el público la quería. No: Tiamat avanzó, tanteó, se perdió un par de veces y volvió a encontrarse con otras herramientas, otras preguntas y otros sonidos.

Ese es, probablemente, su mayor triunfo: haber demostrado que la identidad no es un ancla, sino un movimiento. En sus primeros álbumes Sumerian Cry (1990) y The Astral Sleep (1991) se escuchaba una tormenta del death y black más primitivo que ya anticipaba cambios. En Clouds (1992) surgió una melancolía oscura que rompió con los moldes tradicionales del metal extremo europeo. Y en Wildhoney (1994), esa obra cumbre y psicotrópica, la placa más exitosa de la banda a la fecha, descubrió un lenguaje completamente distinto: espacioso, emocional, cargado de climas que parecían suspender al oyente en un sueño inquietante. Estas placas fundacionales afinaron un armazón musical casi ceremonial, pero también la incorporación de nuevos sonidos que cada vez más se reflejarían en la versatilidad de sus placas venideras. Cada disco como una etapa, cada etapa como un sacrificio: dejar que lo anterior muera para que lo nuevo pueda respirar.

Quizá por eso su regreso se siente tan pertinente. Porque siguen siendo —a pesar de su historia, de su legado, de su inevitable nostalgia— una banda viva. Una banda que, incluso ahora, continúa girando, expandiendo su propio mito y presentándose en México, Argentina, Brasil y por supuesto Chile, con un vigor que desmiente cualquier lectura acomodada del pasado. No hay razones para pensar en un show complaciente. Tiamat no funciona así. Lo que viene es más bien un recorrido emocional: un viaje que alterna entre la densidad doom, los resabios death de antaño, los pasajes góticos cargados de humo emocional y esas atmósferas envolventes que marcan su sello más profundo, para repasar toda su discografía.

La voz de Edlund —gastada, profunda, casi litúrgica— puede funcionar tanto como narrador onírico o como espectro que se arrastra desde el fondo de una caverna emocional. Y eso, sumado a un público que lleva más de una década esperando este reencuentro, puede convertir la noche en algo que trascienda la etiqueta de “concierto” y se convierta en una ceremonia oscura, íntima, comunitaria. El regreso de Tiamat trae consigo un cierto sabor de justicia poética. No solo por los dieciséis años sin pisar un escenario chileno, sino porque su presentación en 2024 en el festival CL.Rock —ese ambicioso encuentro metalero que prometía mucho — nunca llegó a concretarse. Aquella cancelación dejó un vacío amargo entre quienes soñaban con ver a Tiamat en vivo. Por eso, esta fecha en Blondie funciona también como una revancha: el show que debió ser y no fue, el reencuentro imposible que finalmente se materializa.

La noche abrirá con los chilenos BlackFlow, una banda que viene creciendo de manera silenciosa pero consistente dentro del circuito nacional. Su propuesta densa, atmosférica y con un pulso doom/metal nítido, calza de manera casi quirúrgica con el universo emocional de Tiamat. No son teloneros por cumplir; son el tono correcto para marcar el inicio del viaje. Si algo define a la banda principal, incluso más allá de su música, es su voluntad de cambio. No es un conjunto que se mantenga cómodo en un solo estilo, ni uno que viva únicamente de la nostalgia. Su obra muestra que la evolución no es una amenaza: es una necesidad. Y eso los convierte en una experiencia imprescindible en vivo. Porque cada show funciona como una lectura nueva de su historia, cada gira como un capítulo distinto en un libro que aún se sigue escribiendo.

Siempre recordaremos a Tiamat como aquella banda que en los 90 no tuvo miedo de experimentar con otros sonidos, costándole quizás la pérdida de público más radical, pero sumando nuevos fans que con Tiamat pudieron descubrir la amplia versatilidad y el apogeo creativo y evolutivo en el que se encontraban muchas bandas de la época que bebían de las mismas vertientes, como Paradise Lost, Samael, Katatonia o The Gathering, por nombrar algunas.

Hoy, la banda, orgullosa de su presente, no reniega de su pasado, por lo que la cita promete dejar contentos a los fans de todas sus etapas al permitirles contemplar en vivo la metamorfosis de una banda que nunca tuvo miedo al cambio. Este 11 de diciembre, en Club Blondie, no solo regresa una banda. Regresa un torrente denso, un pulso oscuro que nunca dejó de latir y una historia que todavía se mueve. Para quienes aman las propuestas arriesgadas, las transiciones, las obras que no se explican en una sola escucha, Tiamat es —y siempre ha sido— un refugio. Y esta fecha, tras tantos años, será más que un concierto: será un reencuentro con esa inquietud hermosa que solo la música en transformación puede entregar.

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